De todas las tierras existentes desde el Occidente hasta la India tú eres, España, piadosa y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa. Con razón tú eres ahora la reina de todas las provincias, de ti no sólo el ocaso sino también el Oriente reciben su fulgor. Tú eres el honor y el ornamento del orbe, la más célebre porción de la tierra, en la que se regocija ampliamente y profusamente florece la gloriosa fecundidad de la estirpe goda.
Isidoro de Sevilla. Laudes Hispania
Introducción
El debate sobre qué es España es algo que viene de muy atrás. Ya en el siglo XX protagonizaron una apasionada controversia los principales intelectuales de la época, como fueron Claudio Sánchez Albornoz[1] y Américo Castro[2]. Esta controversia, que desgraciadamente se vivió en el exilio por las circunstancias de la época, presentaba ya dos imágenes de España que nos han llegado hasta nuestros días: por un lado la imagen más castellanista, con un gran hincapié en el elemento constitutivo germánico, que presentaba Sánchez Albornoz y que ha tenido más predicamento entre la historiografía conservadora; por otro lado, la idea de una España de Castro, que enfatizaba más el elemento judío y musulmán como decisivos en la mentalidad española, que ha sido más popular entre la historiografía progresista.
Este debate apasionado debate identitario probablemente, en mayor o menor medida, sucede en todos los países. Sin embargo, en España se han dado una serie de factores que hacen que en ocasiones se plantee como irresoluble el definir qué es el ser español, por llamarlo de alguna manera. En mi opinión, lo que subyace de todo esto es fundamentalmente una confusión terminológica que ha llevado con el tiempo a una confusión conceptual. No pretendo con este artículo resolver una cuestión que lleva planteándose cerca de dos siglos, pero sí al menos arrojar algo de luz sobre el porqué de la controversia, que a mi modo de ver tiene mucho de confusión semántica.
Concepto de País, Nación y Estado
Lo primero que hay que tener en cuenta es que existe una diferencia sustancial entre un país, una nación y un Estado. Estos términos, que significan cosas radicalmente diferentes, muy a menudo se utilizan como sinónimos y eso a menudo trae consigo graves consecuencias tanto políticas como, derivadas de estas, sociales. Sobre esto hay mucho escrito y no es tema a tratar de este artículo, pero daré una definición básica de estos conceptos para que sepamos a qué nos estamos refiriendo.
Entiendo la idea de país como un concepto geográfico, sin más connotación que esa. Cuando hablamos de España como país nos referimos simplemente al territorio que ocupa en el sentido físico, aunque también hay que tener en cuenta la geografía humana. Diferente sería el Reino de España, es decir, el Estado español; que yo entiendo por tal el conjunto de instituciones, no voluntarias, que ejercen el monopolio del poder coercitivo y la violencia considerada como legítima sobre el territorio que controlan, con una personalidad jurídica concreta y reconocido por otros Estados como depositario de soberanía y capacitado para interactuar con ellos[3].
Estos conceptos están más o menos claros, pero no ocurre lo mismo cuando hablamos de pueblo o de nación. La palabra nación, en su sentido etimológico, viene de “nacer” y no tenía connotación política alguna hasta al menos el siglo XVIII. Sin embargo la idea de nación que hoy tenemos es la idea liberal, base para los Estados-nación surgidos de la Revolución Francesa. Este es un concepto capital porque, en el marco de los Estados-nación, la Nación (en mayúsculas y casi diría que deificada) es la depositaria de la soberanía y por lo tanto la legitimadora del orden político, sea el que sea. Es por eso que se producen apasionados debates, parecidos a los debates teológicos medievales, sobre qué es y qué no es una nación. En cambio, el concepto de pueblo es un concepto intuitivo, pre-político, que a diferencia de la nación no ha sido construido, no tiene un relato nacional[4].
Las naciones, en su sentido liberal, no tienen importancia política hasta el siglo XVIII, pero como todo en la historia, las cosas no surgen ex novo en un momento dado y la idea de una identidad nacional, o algo que se le parece, existe desde mucho antes. Sin embargo no ha existido siempre y esto es conveniente tenerlo claro. Nuestros antepasados daban más importancia, según la época, a otras cuestiones. Por ejemplo, en la Edad Media era mucho más importante la religión, ser cristiano, judío o musulmán; así como el lazo feudo-vasallático con el señor más inmediato, siendo la nación una cuestión casi anecdótica ligada a la lengua y poco más que no tenía implicaciones políticas. Si nos remontamos más aún, la conciencia era tribal y eran los lazos de sangre y el parentesco lo que predominaba sobre cualquier otra consideración.
En este artículo yo no pretendo hablar sobre la nación española, sino sobre la idea de España en sí misma, que es preexistente al concepto liberal de nación. Diferenciar estas dos cosas es fundamental y a menudo no se suele hacer bien, muchos hablan de España en abstracto refiriéndose a la nación y se remontan casi a las cuevas de Altamira para hablar de ella, lo cual es un anacronismo histórico. Otros en cambio tienen la idea de que hasta las Cortes de Cádiz, cuando se define jurídicamente la nación española por primera vez, no existía la idea de España; lo cual por supuesto es también radicalmente falso. Si entendemos bien qué es exactamente y cuándo empieza la idea de España, la mayoría de controversias quedarán resueltas. Sin embargo esto no es una tarea sencilla, pues como el propio Claudio Sánchez Albornoz dijo:
“No se puede decir que España empiece en tal o cual período como ha pretendido Américo Castro. La historia se pierde en el principio y se alarga en el futuro. Hoy no se puede negar que el hombre y los pueblos somos ante todo historia”.[5]
Hispania Romana
La idea que a veces se escucha de que “la nación española existe desde época romana” y que por lo tanto es la más antigua de Europa, es un disparate fruto de la confusión entre la idea de España en sí misma con la idea liberal de nación española. Sin embargo sí es preciso remontarse a época romana para entender cómo surge España como referente identitario. Posiblemente en el siglo IV a.C. un arévaco o un vacceo no tendrían dicho referente. No sabemos cómo llamaban los pueblos indígenas a la Península Ibérica, si es que le daban algún nombre, pero sin lugar a duda el referente identitario de un hombre de la Edad del Hierro sería su tribu y su otredad se limitaría a las tribus vecinas que conocía. Dicho de otro modo, para un galaico o un astur, un bastetano o un turdetano probablemente eran igual de extranjeros que un romano o un griego. Posiblemente con la colonización fenicia y griega la idea de un Otro ajeno a la península empezaría a surgir en el levante y el sur, pero no será hasta la época de la conquista romana que surja en la conciencia de las tribus que poblaban este territorio la idea de tener algo en común.
Esto suele suceder en la mayoría de las ocasiones, la identidad de un grupo siempre se presenta frente a otros grupos. La etimología de la palabra España no está clara. No sabemos cómo se referían a la península sus habitantes, si es que le daban algún nombre, y sólo tenemos los exónimos de los pueblos de la Antigüedad para los que esta era una tierra lejana y mítica del Extremo Occidente. En este sentido, en el siglo II a.C., Polibio dice textualmente:
Se llama Iberia a la parte que cae sobre Nuestro Mar (Mediterráneo), a partir de las columnas de Heracles. Mas la parte que cae hacia el Gran Mar o Mar Exterior (Atlántico), no tiene nombre común a toda ella, a causa de haber sido reconocida recientemente.
La tesis generalmente aceptada sería que procede del fenicio i-špʰanim, que se ha traducido como “tierra de conejos”[6]. Sin embargo la raíz fenicia span, de donde deriva el nombre, también significa “oculto”, lo que haría referencia al carácter remoto y desconocido del país. Los griegos, antes de llamarla Iberia, llamaron a la península Ophioússa, es decir, “tierra de serpientes”[7].
Existen otras explicaciones míticas, como que derivaría de Hesperia, siendo además Héspero el dios del atardecer. En el imaginario mítico de la Antigüedad, España era la tierra por la que se ocultaba el Sol, lo cual la ha relacionado siempre con la muerte y el más allá[8]. También existe la leyenda de Hispalo e Hispan como hijo y nieto respectivamente del héroe relacionado con Hispania por antonomasia, Hércules[9]. También se relaciona la etimología con el dios Pan, dios de los pastores que habita los bosques, relacionado con Dioniso[10]. También hay hipótesis indígenas sobre el nombre, como la presentada por el padre Larramendi en el siglo XVIII, que relaciona España con la voz vasca ezpaina (“borde” o “confín”)[11]. También existía hasta 1927 la tesis, mantenida por Antonio de Nebrija, de que Hispania derivaba de Hispalis como “ciudad de Occidente”[12].
«Muchas escrituras de gran substancia —dice Florián de Ocampo— sólo por hallar su fundación tan trasera, certifican muy de propósito ser ésta la primera población de toda ella (España), y aun dicen que por su causa la tierra y comarca de aquellos derredores se dijo Hispalia primeramente y que después aquel nombre se fue derramando y añadiendo por las otras provincias, hasta que todas ellas, en lugar de llamarse Hispalia, corrompieron el vocablo y se nombraron Hispania». La misma opinión sostiene con no refutadas razones Antonio de Nebrija y el texto de Justino que reza: «hanc veteres ab Ibero amne primum Iberiam post ab Hispalo Hispaniam cognominavunt», confirma que el nombre del río Hispal pasó a la ciudad (Hispalis) y de ésta a la nación (Hispania)[13]
Todo eso hace referencia en el imaginario colectivo a una tierra oscura, relacionada con el más allá, una puerta al Otro Mundo y al misterio en el imaginario de los contemporáneos[14]. Aunque nuestra península era un lugar periférico del mundo antiguo, sin lugar a dudas y tal vez precisamente por ello era vista como un sitio legendario, lleno de riquezas. Posiblemente el nombre de Hesperia, del que se derivaría el hebreo Sefarad, tenga relación también el reino de la Iberia caucásica del que probablemente tomaron su nombre los griegos.
Podemos hablar de cosas referentes a los que habitan la región del Kaukasos, los iberes.
Estrabón. Geografica (II, 5, 12)
En este sentido, podemos remontarnos a los moscos, un pueblo que vivía en el norte de Anatolia, cerca del Cáucaso y a los sasper, sus posibles descendientes, según Heródoto. De ellos procedería el topónimo Iberia en el Cáucaso, del que probablemente se deriva el nuestro: Sasper >Speri >Hberi >Iberi. Del topónimo griego derivaría el latino Hispania.
Con el nombre de Ibería los primeros griegos designaron todo el país a partir del Rhodanos y del isthmo que comprenden los golfos galáticos; mientras que los griegos de hoy colocan su límite en el Pyrene y dicen que las designaciones de Iberia e Hispania son sinónimas y a sus partes las han llamado ulterior y citerior.
Estrabón. Geografica (III, 4, 19)

Sabemos que así es como veían otros pueblos a Hispania pero ¿cómo se veían a sí mismos los hispanos? Pues bien, tal y como yo lo entiendo, hasta que no se establece Hispania como unidad administrativa y cultural romana, las diferentes tribus que aquí habitaban no tuvieron consciencia de ser hispanos. Esa consciencia, en un primer momento se vería frente al invasor romano. Posteriormente, con la Romanización, la Hispanitas y la Romanitas acabarían fusionándose en el imaginario de los hispanorromanos. Es decir, por un lado habría conciencia de ser un territorio diferenciado de la Galia, Italia, Germania, Britania… pero por otro la conciencia de pertenecer al mundo romano y ser ciudadanos del Imperio desde que la ciudadanía se convirtió en universal en el año 212 de Nuestra Era con el Edicto de Caracalla. Curiosamente al generalizarse el mismo concepto de ciudadanía romana perdió su significado republicano para empezar a significar algo así como lo que posteriormente se entendió por súbdito, pero sea como fuere, en el ámbito que aquí nos interesa, la Hispania romana por un lado tenía rasgos específicos y por otro se sentía parte del Imperio Romano.
Pertenecer al Imperio Romano, salvando las distancias, significaba para la gente de la época algo parecido a lo que hoy podría significar pertenecer a la Unión Europea. Cuando el Imperio de Occidente cayó la Iglesia Católica fue su heredera y la Cristianitas sucedió a la Romanitas como referente identitario, pero hay una continuidad cultural en este sentido[15]. Es importante tener esto en cuenta porque con Roma aparece la idea de pertenecer a una civilización, que como su nombre indica está relacionada con la civitas, con la ciudad. Este sentimiento de ser ciudadano de Roma se superpone a los lazos clientelares y gentilicios de las tribus celtíberas. Esto se produjo de manera más o menos natural en la mayoría de las ocasiones, pues el antiguo jefe ibérico al que se estaba ligado por un vínculo clientelar pasaba a ser el magistrado romano. Con la cristianización se produjo incluso el fenómeno de que muchos sacerdotes paganos se convirtieron en obispos y siguieron siendo el magistrado más importante de la ciudad[16]. En definitiva ser hispano iba de la mano de ser romano en el sentido cívico pero a la vez se entendía a Hispania como un ámbito cultural específico dentro del Imperio.
No obstante la civilización de Hispania, con el componente ideológico e imperial que esto tenía por parte de los romanos (similar a lo que hará la propia España siglos después en América) no eliminó los lazos gentilicios previos y tampoco se produjo de manera completamente efectiva. Las zonas ibéricas fueron más romanizadas que las celtas, pues ya partían de una cultura urbana previa y que había estado en contacto con griegos y fenicios. Al final del Imperio Romano hay una antítesis entre lo civilizado (urbano, cristiano y romano) frente a lo salvaje (rural, pagano y bárbaro) muy marcada[17], pero en ambos casos el referente identitario de ser hispanos está ya asentado tanto por unos como por otros. Sin embargo la idea de Patria Hispana será difusa hasta la época visigoda, pues es en la Alta Edad Media cuando se empieza a configurar tímidamente el embrión de la Europa que conocemos.
Hispania Gothorum
Si durante el Imperio Romano se dio un salto desde la identidad tribal a la identidad romana (entendida no sólo como el hecho de ser ciudadano del Imperio, sino también en el sentido de aculturación de la población) pero se percibía que existían espacios culturales distintos dentro del Imperio; será con la caída del Imperio Romano de Occidente cuando las viejas provincias se conviertan en reinos germánicos y comience a elaborarse un relato que busque las raíces de lo que hasta ese momento eran meras descripciones geográficas y administrativas. La génesis de la idea de España como algo más que una simple referencia geográfica vista desde fuera se dará, por lo tanto, en este periodo.
Con las invasiones bárbaras se produce lo mismo que siglos atrás se había producido con la conquista romana: la idea de un Otro conviviendo en el mismo espacio geográfico. En este caso, germanos e hispanorromanos (amén de otras comunidades como los judíos u otras minorías de las que hablaré más adelante). Sin embargo hay diferencias significativas a lo que sucedió con la Romanización, la principal de ellas es que en esta ocasión el invasor no trae la civilización, sino la barbarie. Esto quiere decir que los viejos lazos clientelares, que el parentesco y la fidelidad personal con un caudillo, que las viejas leyes bárbaras frente al Derecho romano y que en definitiva la estirpe y la sangre como factor identitario frente a la ciudadanía; vuelven a resurgir. Aunque naturalmente no se trata de una restauración sin más de la Iberia prerromana con los germanos como nueva élite, sino que el poso cultural romano pervive; entre otras cosas porque los propios germanos también estaban romanizados.
Será de esta fusión entre el elemento germano y el hispanorromano (entendiendo por tal la población indígena romanizada) de donde surge la idea de Patria Hispana de la que hablaremos a continuación. Pero además surge con características muy concretas que desde ese momento, a mi parecer, van a marcar la idiosincrasia misma de España a lo largo de su historia. La idea de una misma patria hispana pero habitada por diferentes gentes, unidas todas ellas por sus lazos de fidelidad con el rey, será el rasgo definitorio de España durante toda la Edad Media y el pilar fundamental de la Monarquía Hispánica en el siglo XV. Esa idea, aunque distorsionada por el filtro de la Modernidad, es la idea de nación de naciones o de España plurinacional que muchos políticos manejan actualmente, sin dejar muy claro a qué se refieren. Dada su importancia, profundizaremos en estos conceptos.
Los fundamentos de la Monarquía Gótica serán los mismos que los de los diferentes reinos hispánicos, ya que todos ellos se reclamaban herederos del Reino visigodo que esperaban restaurar. Es por eso que si entendemos la concepción de España que existía en época visigoda, entenderemos no sólo la base de la tradición política hispana (por lo menos hasta el siglo XVIII) sino también la esencia de la idea misma de España antes de la concepción liberal de nación española.[18]
La forma del Estado godo implantado en Hispania fue la monarquía por ser esta la forma de gobierno que mejor se adecuaba al sistema de jefatura tribal con el que emigraron al Imperio. Los visigodos llegan a Hispania como federados de los romanos y consolidan un dominio autónomo a través del pacto con los hispanos, por lo que la monarquía gótica es, desde sus orígenes, de carácter pactista. Los pactos entre la aristocracia germánica y la población hispanorromana adoptaron la forma del tradicional pacto de hospitalidad que ya existía en la Iberia prerromana. Esto marcará, durante toda la Edad Media, el carácter fundamental de la institución monárquica en España.
El regnum estaba compuesto de diversas gentes, entre ellas los suevos (gens suevorum), los godos (gens gothorum) y una gran diversidad de gentes hispanorromanas, en su mayor parte de origen indígena, aunque legalmente eran considerados romanos (gens romanorum) y eran subditi de la monarquía gótica. Leandro de Sevilla en el III Concilio de Toledo distinguía entre plebs (la plebe urbana) y populi (los pueblos del territorio que procedían de un número indeterminado de gentes). Todos ellos componían el regnum. Sisenando, en el IV Concilio de Toledo (633) se proclamaba como rex Spaniæ atque Galliæ, rey de Hispania y la Galia, entendiéndolas como entidades geopolíticas y unidades macro-espaciales formadas por distintas provincias y regiones geográficas habitadas por distintos pueblos (Spaniæ populis) unidos al rey por juramentos y dispuestos a mantener la estabilidad de la patria y de la gens gothorum.
En ambos concilios queda de manifiesto que existían diferentes pueblos que componían el reino y que tenían en común el interés de establecer pactos con los monarcas para que pudieran gobernar en paz. Esta unidad era consagrada por el derecho divino y por lo tanto se pedía anatema para los individuos y los pueblos que excitaban las discordias civiles, con el fin de evitar la desunión que podía acabar con el reino:
Cualquiera, pues, de nosotros (los godos y romanos reunidos en concilio) o de los pueblos de toda España (totius Spaniæ populis) que violare con cualquier conjura o manejo el juramento que hizo a favor de la prosperidad de la patria y del pueblo de los godos y de la conservación de la vida de los reyes, o intentare dar muerte al rey, o debilitare el poder del reino (potestatem regni), o usurpare con atrevimiento tiránico el trono del reino, sea anatema, en la presencia de Dios Padre y de los ángeles, y arrójesele de la Iglesia Católica, a la cual profanó con su perjurio y sea tenido él y los compañeros de su impiedad, extraños a cualquier reunión de los cristianos, porque es conveniente que sufran una misma pena aquellos a los que unió un mismo crimen.
La patria, por lo tanto, era la unión voluntaria de todas las gentes de Hispania, que se conformaba como entidad geográfica, política, cultural e ideológica. Pero los mismos concilios admitieron que el reino fuera gobernando únicamente por monarcas de procedencia goda y de alta estirpe y con sus capacidades físicas y psíquicas inalteradas. A cambio, el III Concilio de Toledo exigía a sus reyes la moderación y el ejercicio de la piedad y la justicia con sus súbditos de diversos orígenes (subiectos) que estaban organizados en distintos pueblos (populus).
En sus Etimologías, Isidoro de Sevilla define los conceptos de gente, patria, nación y pueblo; por lo que podemos acudir a esta fuente para conocer cómo se entendían estos conceptos en el siglo VI, siguiendo la tradición de la Antigüedad y que se mantendría hasta los siglos XIII-XIV, cuando empieza a configurarse el concepto moderno de nación, que acabaría siendo la base de la legitimidad política a partir de la Revolución Francesa y durante el siglo XIX.
Así pues, para Isidoro de Sevilla el genus o linaje venía del término “engendrar” y ligaba a sus componentes con los lazos de un parentesco común, de manera que la gens era: una muchedumbre de personas que tienen un mismo origen o que proceden de una raza distinta de acuerdo con su particular identificación; lo que significaba también que, aun teniendo en un pasado lejano orígenes diversos, en el presente se identificaban con un parentesco común, aunque no lo tuvieran. Este sería el caso de los godos, compuesto por muy diversas gentes, pero reconocidos como un solo bloque gentilicio frente a los hispanos.
Por el contrario pueblo se aplicaba a una multitud humana asociada en conformidad con un derecho en que todos están de acuerdo y con una concordia colectiva. El pueblo a su vez se diferenciaba de la plebe en que admitía todas las clases sociales mientras este último término no incluía a los seniores. Por lo tanto, la identidad de un pueblo tenía una base social y jurídica, no de sangre ni de orígenes. Más allá de estas consideraciones, la patria era aquello común a todos los que en ella han nacido; por lo tanto el concepto era geográfico y político, pero también cultural, la base por la que se identificaban sus gentes y los pueblos que vivían en sus límites.
Fuera de este esquema, el término nación es menos explícito, ya que derivaba de “nacer” en un lugar y de determinados descendientes, lo que podía confundirse con cualquiera de los vocablos anteriormente citados, pero suponía una identidad geográfica, política, cultural y social. Podemos decir que la nación, la patria y los pueblos eran conceptos geopolíticos, culturales y sociales, mientras que el concepto de gentes hacía referencia a la sangre. De la unión de la gens gothorum y de las distintas gentes hispanas, que contaban con las mismas costumbres y usos y compartían una cultura pero ya no respondían a un mismo origen familiar, surgiría la nación (como lugar de nacimiento dentro de una geografía política de los diversos pueblos y gentes) Spania, y la patria, que en esta época parece responder más a un concepto cultural y sobre todo ideológico de pertenencia a una nación.
La justificación ideológica de la Monarquía Gótica era defender de sus enemigos a las gentes, la patria y el mismo poder real. El rey, como gobernante de las gentes, de los pueblos, de la nación y de la patria hispana, tenía derecho a una “sedes regia”, Toledo, a acuñar moneda y revestirse de unos símbolos que nadie más que él podía llevar: la corona, el cetro, el vestido, el manto o paludamentum y el solio. Además contaba con un palacio donde vivir, un tesoro real, otro estatal, un patrimonio propio, una corte elegida y con el derecho de elegir a los magistrados de entre sus súbditos.
Dicho de otra manera, existía una patria hispana que había sido definida por los romanos tras la conquista y que era consideraba un espacio geopolítico, cultural y social en el que habitaban diferentes gentes. Sobre esta regían los godos como grupo dominador y el rey godo, fruto del pacto con las diversas gentes que le debían obediencia como súbditos, tenía la obligación de defenderlos de sus enemigos y garantizar la paz y la justicia en todo su regnum. Este esquema, tras la caída del Reino visigodo, se mantendrá en los reinos hispánicos durante la Edad Media a medida que avance la Reconquista: diversas gentes (cristianos, judíos y mudéjares) con un grupo social predominante, los cristianos viejos, que responde a la herencia gótica del linaje basado en la sangre; y el rey como garante de la paz y la justicia que ha de protegerlos a todos.
Los godos intentaron enlazar su monarquía con el Imperio Romano por el derecho que le confería sobre Hispania el antiguo pacto con Roma como federados, pero negaron a los hispanorromanos la máxima magistratura del Estado, la Corona. Este fue un principio vigente a comienzos de la dominación romana, cuando sólo los nacidos ciudadanos tuvieron la capacidad de ejercer magistraturas en Roma, aunque esto cambió a medida que fueron incorporando provinciales a la ciudadanía. Es el mismo esquema que podemos ver en otras partes incluso en época más reciente, como el dominio criollo en las repúblicas nacidas del Imperio Español o el dominio W.A.S.P. en Estados Unidos. A medida que esto se diluye, que el grupo dominante cede más poder a otros, la propia estructura social empieza a resquebrajarse.
Este sistema implicaba la sumisión de la población hispanorromana al dominio godo y por lo tanto este dominio solo podía mantenerse sin oposición mediante acuerdos entre la monarquía y los representantes de los pueblos de Spania que hicieran carrera, teniendo influencia sobre la Corona. Algunos de ellos fueron grandes inspiradores de la ideología del reino. Pero también dando cabida a las familias hispanas más predominantes mediante una política de matrimonios, a través de los cuales los hispanos podían integrarse dentro de las familias godas relevantes. Es decir, que la vieja élite celtíbera romanizada se integró en la nueva élite visigoda, también romanizada en buena medida. España es, a mi juicio, el producto de esta unión.
Como vemos, la idea de España, tal como la concebían los visigodos, es de una misma patria poblada por diferentes gentes y unida políticamente por un pacto. Esta idea fundamental se ha intentado recuperar posteriormente en tiempos modernos para hacer frente a la confusión identitaria y al conflicto territorial de España, que a lo largo de su historia también ha sido una constante. Esto tiene su explicación en varios factores, pero sin duda las propias características geográficas del país lo han hecho siempre muy heterogéneo y muy dado al individualismo y al localismo. Esto ya se aprecia en épocas remotas y es una tendencia que siempre se ha dado. Pero como vemos, esta idea de Patria Hispana y de unión de las gentes mediante un pacto con el rey, en ningún momento alude a la religión (aunque lógicamente, dada la época, la autoridad del rey se revistiese del hecho de estar ungido por Dios).
Es importante tener esto en cuenta porque a mi modo de ver, la idea muchas veces repetida de que fue la religión católica lo que unió a España y lo que en definitiva constituye la esencia de la nación española no se ajusta a la verdad. Sin duda la religión fue un factor importante de homogeneización social, pero ni mucho menos se puede afirmar que España sea esencialmente católica o que la unidad de sus gentes se deba sólo a dicha religión. Desde mi punto de vista esto es una construcción moderna del nacionalismo español, pero no está presente en la génesis misma de la idea de España, cuando sólo se hace referencia a vínculos de sangre, a relaciones clientelares y a pactos de fidelidad. Posiblemente si el Reino visigodo hubiese seguido existiendo el proceso histórico de España habría sido similar al de Francia, pero la invasión musulmana del 711 supuso una gran cesura histórica que resulta decisiva para entender cómo se ha configurado España hasta nuestros días y para entender quizás también las tensiones territoriales que han marcado su historia reciente y siguen aún sin resolverse.
España, Sefarad y Al-Ándalus
Una de las ideas más repetidas en el imaginario colectivo, sobre todo desde el siglo XIX cuando se hizo una construcción romántica de España como tierra exótica por parte de los viajeros extranjeros, es la de la España de las tres culturas que supuestamente se dio en la Edad Media. Esta tesis, defendida por Américo Castro en su controversia con Sánchez Albornoz, parte a mi juicio de un error semántico. España, como hemos visto, es una construcción política y cultural que se establece en época visigoda. Son los reinos hispánicos del norte los que heredan la visión gótica de Patria Hispana y se reclaman herederos políticos del Reino de Toledo.
Al mismo tiempo que existe España, existen otras dos realidades superpuestas en el territorio de la Península Ibérica. Una de ellas es Sefarad, de raíz judía y oriental. No existía un Estado judío en la Península Ibérica como sí había Estados cristianos y Estados musulmanes; pero sí que existía una comunidad judía desde tiempos muy remotos, con su propia religión, leyes, instituciones y costumbres. Este ámbito cultural podría hundir sus raíces en la colonización fenicia y cartaginesa; en la presencia oriental en definitiva, que desde muy antiguo ha habido en la Península Ibérica. Se trataba en su momento de colonias comerciales y factorías y posteriormente la población oriental, incluyendo los judíos, formaría comunidades dentro de las ciudades hispanas. La diferencia es que mientras que la población oriental eran sobre todo comerciantes o gente que estaba de paso, los judíos sí formaron una comunidad estable y duradera en la Península Ibérica[19]. Por lo que más que hablar de una España judía, sería más correcto hablar de los judíos en España[20].

La tercera de las realidades que coexisten con España y con Sefarad será al-Ándalus. Al-Ándalus era una construcción cultural árabe-bereber y de religión islámica. Formará parte de uno de los tres grandes espacios en los que se divide el Mediterráneo tras la caída del Imperio Romano Occidental: el mundo musulmán. Debemos tener esto muy en cuenta porque estamos hablando de la Edad Media, la religión no era ni mucho menos un asunto personal como lo podríamos entender hoy, sino una cuestión identitaria mucho más importante que el origen étnico[21]. Había tres grandes espacios en lo que había sido el Imperio Romano: la Cristiandad latina u Occidente, el Imperio Bizantino y el Islam. Al-Ándalus pertenecerá a este último aunque naturalmente, dada su posición geográfica, será un punto de conexión entre Europa y Oriente. Existe una indudable influencia hispana, incluso gótica, en al-Ándalus; pero no podemos hablar de España musulmana como tradicionalmente ha hecho la historiografía. Del mismo modo que los reinos hispánicos eran herederos culturales y políticos del Reino visigodo, tras la caída del Califato de Córdoba en el año 1031, las diferentes taifas andalusíes se consideraran herederas culturales y políticas de al-Ándalus (incluyendo el Reino de Granada). Lo mismo sucederá con los moriscos desde la conquista de Granada hasta su expulsión en el siglo XVII y aún después, siendo al-Ándalus un referente cultural en el mundo musulmán hasta nuestros días y no sólo para los fanáticos que aspiran a reconquistarlo, como se podría pensar.
Así pues, lo que hubo en el Medievo ibérico fue una confrontación de tres cosmovisiones y tres realidades culturales, con proyectos políticos propios (al menos en el caso cristiano y musulmán) que se enfrentaron durante ocho siglos. No siempre y no sólo con la guerra, sino que fue un enfrentamiento cultural, social y en todos los órdenes. El arte románico fue eminentemente propagandístico frente al arte omeya, así como el Camino de Santiago contrapuesto al esplendor cultural de Córdoba, por citar algunos ejemplos. Una guerra cultural que alcanzó su máxima expresión con los mártires mozárabes en Córdoba. España, Sefarad y al-Ándalus, como no podía ser de otra manera coexistiendo en el mismo territorio, se influyeron mutuamente durante todo ese tiempo. Sea como fuere, aquella lucha la ganó uno de los tres proyectos: España. Los otros dos fueron barridos después de que, tras algunas épocas de coexistencia pacífica y entendimiento, se llegase en el siglo XIII y el siglo XIV a una fanatización religiosa que conllevo el exterminio definitivo de las minorías[22].
Es en este contexto de la Reconquista cuando se empieza a impregnar a la idea de España de su carácter cristiano por contraposición precisamente a las otras dos realidades, judía y musulmana. La idea de Patria Hispana no había estado asociada a la religión hasta ese momento, pues entre las gentes que habitaban Hispania las había cristianos pero también paganos y dentro del cristianismo había arrianos, católicos romanos y priscilianos, entre otras herejías. La conversión de Recaredo instauró el Estado católico en el 589 y se inició una brutal persecución religiosa, pero ni aún entonces se asoció la idea de Patria Hispana con el catolicismo. Se entendía que los paganos, herejes, etcétera eran enemigos que había que exterminar, pero no dejaban de ser hispanos por ello. Será ahora cuando se asocie, en el contexto de la Reconquista, cristiano con español y, cuando la Reconquista avanza y muchos tornadizos se convierten al catolicismo para huir de las persecuciones; se generalizará la idea de cristianos viejos frente a los cristianos nuevos[23].
Las Españas
El concepto de nación moderno surge a partir del siglo XIII como a continuación veremos, aunque no alcanzará su sentido plenamente liberal y legitimador del orden político hasta al menos el siglo XVIII. Surge entonces la pregunta de si cuando esto sucede se cristaliza la idea de una nación española que luego se desarrollará en el siglo XIX, o por el contrario se cristalizan varias naciones hispánicas que serán artificialmente unificadas por Felipe V y los Decretos de Nueva Planta. Pues bien, a mi modo de ver la realidad está en un punto intermedio. Existe una narrativa española, por decirlo así, común a todos los reinos, que desde el principio se sienten muy próximos entre sí; pero a la vez, dada la fragmentación política de España, se desarrollarán diferentes expresiones culturales que bien podrían encajar también en la definición moderna de naciones. Trataremos de arrojar algo de luz a este farragoso asunto, que parece un problema secular irresoluble de nuestro país.
Tras la invasión musulmana del 711, el grueso de la población goda se refugió en el norte y allí se fundió con las poblaciones célticas, dando origen al núcleo cristiano viejo durante la Reconquista y siendo esta un producto ideológico de las élites que se basaba en la idea de restaurar el Reino visigodo, o lo que es lo mismo, de la Restauratio Hispaniæ, de restaurar España.

El proceso de la Reconquista favoreció la diversidad étnica de España, como siempre ha sucedido dadas las circunstancias geográficas del país y su tendencia al aislamiento local y la fragmentación tribal. Sin embargo podemos decir que los diferentes grupos gentilicios o, si queremos usar un término más moderno, las diferentes nacionalidades que integran España (incluida Portugal) tienen un origen común, fruto de la fusión del elemento indígena con el elemento germánico facilitado por la mutua romanización. En este sentido, esto se relaciona con el concepto de gens e implica que con independencia de la fragmentación política que pueda existir y con su diversidad regional, España constituye un mismo ámbito cultural y social.
En este sentido, dado que existe una misma patria hispana poblada por diferentes gentes, la necesidad de un monarca revestido de sacralidad y comúnmente aceptado por todos es lo único que ha mantenido unida políticamente a España, siendo lo más común en su historia que esta se encuentre fragmentada aun cuando los diversos reinos que la integran tengan la conciencia común de ser una suerte de reinos hermanos y tener un mismo origen a pesar de estar enfrascados en disputas y rivalidades, uniéndose ante una eventual amenaza común. El proceso histórico de España no es diferente al del resto de los reinos germánicos de Europa Occidental en este sentido, con la salvedad de sus condiciones particulares como periferia y su relativo aislamiento peninsular que la convierte en un área cultural específica.
Monarquía Hispánica
El Estado moderno es un modo de organización del gobierno surgido plenamente entre 1270 y 1360 en Occidente, que introduce una relación no feudal entre el rey y los súbditos, provoca el nacimiento de asambleas representativas, el desarrollo de la fiscalidad centralizada y la intervención del Estado en el ejercicio de la justicia y de la guerra, generando una simbología específica y nuevas nociones políticas para conceptos ya conocidos como el territorio, el dominio y la patria. Coincide en el tiempo con la gestación de la crisis económica de mediados del siglo XIV y con una prolongada situación de guerra que se convierte en un pretexto para la aparición de impuestos regulares de tipo estatal[24].
Si nos atenemos a esta cronología, propuesta fundamentalmente por Jean-Philippe Genet para Francia, Inglaterra y los reinos hispánicos, observamos que en esas fechas el Estado español aún no existía, por lo que dicho proceso se dio en cada uno de los cinco reinos que existían en aquel momento para fortalecer el poder del monarca: la Corona de Castilla, el Reino de Portugal, la Corona de Aragón, el Reino de Navarra y el Reino de Granada. Sin embargo la idea de España y de su restauración estaba plenamente asentada, como podemos comprobar en la frase que se atribuye a Alfonso VIII de Castilla para dirigirse a las mesnadas antes de la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, tan decisiva para España y para Europa.
Amigos, todos nosotros somos españoles, y los moros han entrado en nuestra tierra por la fuerza y nos la han conquistado, y los cristianos en esa ocasión estuvieron punto de ser exiliados y expulsados de ella.
Los intelectuales del siglo XIII, como Marsilio de Padua en su Rex est a populi voluntate introduce el concepto político de voluntad popular. Esta tesis se basaba en la concepción humana del poder, cuyo buen funcionamiento radica en la recta administración de la ley positiva encomendada por los ciudadanos a unos pocos de sus miembros. Para argumentar la teoría de que el poder soberano pertenece a la comunidad es necesario que exista esa comunidad y que tenga conocimiento de su identidad. Es necesaria una conciencia colectiva, una sentimiento unitario y coherente dirigido a la búsqueda del bien común, o lo que es lo mismo, un sentimiento nacional. En España, como en el resto de la Cristiandad latina, esto se lleva a cabo en cada uno de los reinos, que empiezan a adquirir una personalidad propia se empieza a identificar la nación con la lengua, el país y por estar regidos por una misma monarquía. Se distingue entre las gentes naturales del reino y las que no lo son, que son extranjeros.
Pese a ello, la idea de España estaba plenamente asumida en todos, como podemos ver en los textos. Precisamente en esta época el rey Alfonso X el Sabio escribe la que está considerada como primera historia de España, su Estoria de España, que va desde los orígenes bíblicos y legendarios que entroncan con el tubalismo del siglo VI hasta el reinado de Fernando III. Debe tenerse en cuenta que Portugal era considerado tanto por los naturales del reino como por los demás tan español como Castilla o Aragón y así se le consideró hasta el siglo XVIII, hasta el punto de que los reyes de Portugal protestaban porque se utilizase el título de Rey de las Españas para referirse a los monarcas de Castilla y Aragón[25]. Eh aquí algunas citas que hablan del carácter indudablemente hispánico de Portugal.
Reyes de España llamamos a Fernando e Isabel porque poseen el cuerpo de España; y no obsta, para que no los llamemos así, el que falta de este cuerpo dos dedillos, como son Navarra y Portugal.
Pedro Mártir de Anglería
Españoles somos y de españoles nos debemos preciar cuantos habitamos la península ibérica.
Almeida Garrett
Hablad de castellanos y portugueses, porque españoles somos todos.
Luis de Camões
Estas dos últimas citas, además, corresponden con autores portugueses del siglo XVIII y XIX, enmarcadas en el iberismo romántico que tuvo mucha importancia y que partía precisamente del hecho de que Portugal era un reino hispánico y así se siguió considerando pese a su separación en 1640.
Castilla, Portugal, Navarra y Aragón son independientes, pero parte de un todo superior que es algo más que la geografía o que el eco histórico de lejanas latinidades: una comunidad de sentimientos, de intereses y de cultura. Sólo los que forman esos pueblos españoles tienen derecho a ocupar el suelo peninsular; hijos del mismo padre, cada uno es dueño de una parte de la herencia, pero la herencia debe ser solamente patrimonio de ellos. Todo tercero que ocupe alguna parte y que se apropie de tierra hispana es un usurpador y los cuatro pueblos hermanos deben unirse para expulsarle de los dominios heredados
Rodrigo Jiménez de Rada
En esta cita vemos que se excluye a los musulmanes de la idea de España, lo cual refuerza la idea planteada anteriormente de que España, Sefarad y Al-Ándalus son tres realidades distintas y que no se puede hablar en ningún caso de España musulmana ni nada similar. Cita, por cierto, del Arzobispo de Toledo, que aparece como primado de España al igual que el de Tarragona y el de Braga, lo cual refuerza la idea de España como anterior y por encima de los diferentes reinos hispánicos. También hay referencias a esta idea de España en la Corona de Aragón, por ejemplo esta referencia del cronista catalán Ramón Muntaner ante una entrevista del monarca aragonés y el castellano en la que se discutía una alianza con Mallorca y Portugal.
…si aquests quatre Reys que ell nomenava de Espanya, qui son una carn e una sang, se teguessen ensemps, poch duptare tot laltre poder del mon.[26]
Dado que, como afirma Maquiavelo[27], gobernar en esencia es hacer creer, gobernante debe transmitir a los gobernados la necesidad de que exista un poder que gobierne y, además, persuadirles de que el suyo es el legítimo. Por este motivo surgen los símbolos de poder. Desde el siglo XIII se produce en Europa una proliferación de los blasones individuales, familiares y dinásticos. Ya habían comenzado a utilizarse los colores “familiares” de la Casa Real sobre soportes no heráldicos en el siglo XII, tales como banderas y pendones representativos de los Estados. Todo esto será el embrión de la idea de los colores nacionales. Así mismo la idea de sacralidad de la monarquía es una de las bases principales para el fortalecimiento del poder real y, en base a este, del poder del Estado. Se generalizan por lo tanto las ceremonias de exaltación del poder real de las que participa el pueblo, fortaleciendo la idea de comunidad nacional.

Todo esto es muy tenue todavía en la Edad Media, pero ya encontramos aquí la génesis de lo que luego será el nacionalismo del siglo XIX. El hecho de que esto se produjese en los diferentes reinos de España, así como el hecho de tener leyes e instituciones propias y una lengua distinta reforzó el carácter particular de todos ellos, por lo que sentó las bases de un futuro desarrollo nacional que se dio en algunas regiones y en otras no en el siglo XIX y XX por cuestiones que serían objeto de otro estudio. Pero al mismo tiempo existía la idea de España y de la Restauratio Hispaniæ como base fundamental de todos los reinos hispánicos. La idea de Reconquista y restauración de la España gótica que cristalizó con los Reyes Católicos.
La Monarquía Hispánica parte del modelo de la Monarquía Gótica que pretende restaurar, pero no es una simpe restauración, sino la creación de algo nuevo enmarcado en un nuevo paradigma. Creo que esto también responde al debate estéril de si hubo conquista o reconquista de los territorios: hubo una conquista por parte de unidades políticas nuevas que se sentían herederas de una entidad política desaparecida y que llevaban a cabo su expansión en base a esta legitimación ideológica.
El Imperio Español nacido de esta unión dinástica era un imperio entendido como un conglomerado de reinos, pues cada uno de los reinos hispánicos mantenía su estructura económica y política, su legislación, su lengua y sus costumbres. El Estado moderno, diseñado por los Reyes Católicos, responde al modelo medieval de monarquía compuesta. De hecho las propias Coronas de Castilla y de Aragón ya eran un conglomerado de Estados feudales (el Reino de Galicia, el Reino de Castilla, el Reino de León, el Reino de Murcia, el Reino de Jaén, el Señorío de Vizcaya… en el caso de Castilla; el Reino de Aragón, los condados catalanes[28], el Reino de Valencia, el Reino de Mallorca… en el caso de Aragón). En este sentido la unificación de la Monarquía Hispánica siguió un proceso que era bastante frecuente en la Edad Media y que, en el caso de España, entronca con esa naturaleza de la Monarquía Gótica como nexo común.
No obstante, hay dos cualidades esenciales de la Monarquía Hispánica del siglo XV que la diferencian de la Monarquía Gótica. Para empezar su carácter católico. La Monarquía Gótica ya existía antes del III Concilio de Toledo y de la conversión de Recaredo, cuando se creó el Estado católico en el año 589. Existía cuando los reyes godos eran arrianos y hundía sus raíces incluso antes de la llegada de estos a Hispania, cuando eran paganos y la monarquía era una jefatura tribal. Esto quiere decir que, naturalmente, la conversión de Recaredo imprimió un carácter católico al Estado godo e impregnó de catolicismo la ideología misma del Estado; pero que la Monarquía Gótica como tal existía antes y su naturaleza era independiente de la religión. No sucederá lo mismo con la Corona unificada por Isabel y Fernando que, por encima de todo, será la Monarquía Católica. El rey de España, desde ese momento, será por encima de cualquier otra condición el Rey Católico, la razón de ser misma del Estado español será la defensa de la fe católica, la legitimación del Imperio será la evangelización de las Indias, etcétera. La única institución común a toda España, aparte de la Corona, será precisamente la Inquisición. Es a partir de ahora, pero no antes, cuando se unen catolicismo e hispanidad como un todo indisoluble.
La otra característica de la Monarquía Hispánica es que, a diferencia de la monarquía feudal medieval o de la monarquía tribal visigoda, es una monarquía autoritaria. El poder del rey está por encima de los nobles. En su primer momento ese autoritarismo se basará en un refuerzo del poder real frente a los poderes locales, las Cortes y la nobleza. Sin embargo esto dará pie posteriormente al abuso por parte de la Corona, que llega a situarse por encima de las instituciones y a trasgredir el Derecho mismo, derivando al absolutismo monárquico. Este será un proceso similar a lo que sucede en toda Europa durante el Antiguo Régimen e implicará una tendencia hacia la homogeneización social dentro del país con la religión como herramienta. Nada parecido hubiera sido posible durante el Reino visigodo, cuando el rey debía establecer pactos con las oligarquías locales, ni durante la Edad Media, cuando la Corona debía ofrecer buenas condiciones a sus vasallos para repoblar el territorio conforme se avanzaba en la Reconquista.
Conclusión
Existe una diferencia entre la idea de España como referente identitario y la idea moderna de nación española en un sentido liberal. La idea de unidad administrativa y cultural de la Península Ibérica se remonta a la Hispania romana pero no será hasta la época visigoda que se desarrolle el concepto de Patria Hispana, entendida como una unión voluntaria de diferentes gentes ligadas a un mismo rey que debía protegerlas y garantizar la paz. Tras la invasión musulmana del año 711 los reinos hispánicos del norte se considerarán herederos del Reino visigodo la idea de España se contrapondrá a la de al-Ándalus y Sefarad, siendo entonces asociada al cristianismo.
Durante la Edad Media se mantiene la concepción de España como patria común pero a la vez los diferentes reinos hispánicos adquieren un carácter particular que con el tiempo será la base del futuro desarrollo nacionalista que se dio a finales del siglo XIX y principios del XX en algunas regiones de España; sin que este carácter particular chocase en aquellos momentos en modo alguno con la idea común de ser españoles. La Monarquía Hispánica se unificará como una monarquía compuesta al estilo medieval pero bajo un carácter autoritario frente al pactismo que había caracterizado a la Monarquía Gótica que derivará en el absolutismo. Así mismo, será a partir de los Reyes Católicos que la defensa de la fe católica se convierta en la razón de ser misma del Estado, el elemento legitimador del Imperio y se establezca una relación indisoluble entre catolicismo e hispanidad que antes no se había dado.
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La Historia de España Sin Complejos
Bibliografía
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- Gil Fernández, J., Ruiz de la Peña, J.I. (Ed.) & MORALEJO, J.L. (Trad.): Crónicas asturianas (Volumen 11 de Publicaciones del Departamento de Historia Medieval). Universidad de Oviedo, 1985.
- PÉREZ, J. España moderna (1474-1700). Aspectos políticos y sociales. 1980.
- GARCÍA CÁRCEL, R. (Coord.) La Construcción de las Historias de España. 2004.
Notas
[1] SÁNCHEZ DE ALBORNOZ, Claudio. El porqué de España: un enigma histórico. Buenos Aires, 1956.
[2] CASTRO QUESADA, Américo. España en su historia. Buenos Aires, 1948.
[3] He tomado las definiciones, aunque actualizadas, que utilicé en mi Trabajo de Fin de Master La Construcción de la Identidad Nacional en España, presentado en la Universidad de Granada en el año 2013.
[4] En el lenguaje político cotidiano se suele usar muchas veces el término pueblo como sinónimo de nación, aunque haya matices entre los dos conceptos. Por otro lado la izquierda tomó en el siglo XX la idea de soberanía popular frente a la soberanía nacional. Pero desde mi punto de vista la diferencia fundamental es que la nación tiene una construcción política detrás y el pueblo no, aunque a veces haya una confusión ideológica entre ambos.
[5] Extracto del discurso de Claudio Sánchez Albornoz en su discurso en el Instituto Nacional de Previsión con motivo de la edición inglesa de su obra El porqué de España: un enigma histórico en 1976. Leído en la edición digital del diario El País: https://elpais.com/diario/1976/06/01/cultura/202428001_850215.html [Consulta: 30/10/18]
[6] Así lo entendió Samuel Bochart en 1674, basándose en un texto de Gayo Valerio Catulo en el que llama a España cuniculosa (conejera).
[7] La serpiente tiene un significado esotérico profundo, sobre todo en la Antigüedad, como un símbolo de la sabiduría, del conocimiento y del despertar espiritual. En el mundo celta se asociaba a los druidas con las serpientes. Todo ello recalca el carácter legendario que se daba en la Antigüedad a este país.
[8] El actual Camino de Santiago, por ejemplo, ya era una ruta de peregrinación celta. El Camino de los Muertos que terminaba en el fin de la tierra (Finisterra).
[9] FERNANDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS, Gonzalo. Catálogo Real de Castilla. Trascrito y Editado por la Universidad de California, 1992.
[10] Recordemos la imagen de la Península Ibérica como un lugar selvático, tal vez idealizado, pero en todo caso es evidente que en el pasado nuestro país estaba cubierto de una gran masa forestal.
[11] MOGUEL, Juan Antonio. Historia y Geografía de España Ilustradas por el Idioma Vascuence. Reeditada en La Gran Enciclopedia Vasca, 1980.
[12] MÉNDEZ BEJARANO, Mario. Historia de la Judería de Sevilla. 1914
[13] MÉNDEZ BEJARANO, Mario. Historia de la Filosofía en España hasta el siglo XX. 1927.
[14] No deja de ser curioso que, en cierto modo, España fuese también una puerta al Nuevo Mundo después de 1492. La idea de ser la última tierra de Occidente, del Non Plus Ultra de las columnas de Hércules, se vio alterada con la llegada a América y con el hecho de ir “más allá” del mundo conocido, lo que en cierto modo aumentó el halo místico de España como puerta de entrada a otro mundo, aunque en esta ocasión se tratase de un mundo físico como el nuevo continente descubierto por los europeos.
[15] El Derecho romano, la lengua latina y la religión de Roma, que desde el siglo IV era el catolicismo romano.
[16] SANZ SERRANO, Rosa. Historia de los Godos. 2009.
[17] SANZ SERRANO, Rosa. Historia de los Godos. Capítulo I: Las externae gentes y el discurso barbarie-civilización. 2009
[18] Los siguientes conceptos se desarrollan de manera amplia en la Historia de los Godos de Rosa Sanz Serrano.
[19] El origen de los judíos sefardíes y su historia no es el objeto de este artículo, pero base decir que se trataba de una comunidad con una identidad claramente definida, pero que no se diferenciaba a grandes rasgos de la población hispana ni en el idioma ni físicamente.
[20] Entre los arrianos o los paganos no había especial rechazo hacia los judíos, pero existía un profundo odio hacia ellos como deicidas por parte de la población católica romana. Por ese motivo se les empezó a perseguir fundamentalmente a raíz de la conversión de Recaredo.
[21] Sobre todo teniendo en cuenta que el 90% de la población andalusí será de origen hispano, al menos hasta la invasión de los almorávides.
[22] Fanatización que se dio tanto entre cristianos, como entre musulmanes y judíos.
[23] Esta idea, basada en la sangre, entronca con la idea gótica de la estirpe, ya que desde el punto de vista católico todos los cristianos son iguales con independencia de si hace mucho o poco que abrazaron su fe. Idea que llegará a la obsesión enfermiza en el siglo XVI con los estatutos de limpieza de sangre.
[24] J. Ph. Genet, visto en GARCIA DE CORTAZAR, J.A. y SESMA MUÑO, J.A. Historia de la Edad Media. Una síntesis interpretativa. Madrid, 2006.
[25] Tal fue el caso de la reclamación presentada por Manuel I de Portugal a Fernando el Católico por usar el título de Rey de España cuando no era rey de toda ella.
[26] Crónica de Muntaner. 1325-1332
[27] MAQUIAVELO, N. El Príncipe. 1532.
[28] Cataluña era políticamente una multitud de condados vinculados al condado de Barcelona por lazos de vasallaje, por lo que el conde de Barcelona era llamado prínceps y en la Baja Edad Media se comenzó a llamar al territorio como Principado de Cataluña, ya que tenía sus propias Cortes y Constituciones.