La Nación Española

Mártires de la lealtad

que del honor al arrullo

fuisteis de la patria orgullo

y honra de la humanidad…

en la tumba descansad,

que el valiente pueblo ibero

jura con rostro altanero

que hasta que España sucumba,

no pisará vuestra tumba

la planta del extranjero.

Bernardo López

Introducción

En la madrileña Plaza de Colón ondea imponente una descomunal bandera, roja y gualda, sobre el cielo de la ciudad. Se mantiene a pesar de los años, nadie ha conseguido aún arriarla aunque muchos la cuestionen. Simboliza la soberanía nacional, situada en el monumento que marca el hito fundacional de la Nación, la efeméride cuya celebración se considera la Fiesta Nacional. Esa bandera y lo que representa constituye la legitimación del orden político y social en España. La Nación (así en mayúsculas) sagrada y eterna, intangible, indefinible aunque muchos intentan decir lo que es como si de teólogos medievales hablando de la naturaleza de Dios se tratase, cuestionada o incluso negada por los herejes que dicen que su Nación (igual de mística y sagrada) no es España sino Cataluña, Euskadi o cualquier otra. Pero ¿qué es realmente la nación española? De hecho ¿qué es realmente una nación?

Tendemos a pensar que las naciones son eternas, que han existido siempre, que el Estado es lo artificial pero que la nación es lo natural; o que el Estado es la nación organizada políticamente. Realmente esto no es así, las naciones tal y como las entendemos hoy son un producto de la historia contemporánea. La española, en este sentido, no es una excepción. Las naciones son comunidades imaginadas, es decir, son comunidades construidas socialmente, imaginadas por las personas que se perciben a sí mismas como parte de ese grupo[1]. La postura de Benedict Andersson entiende que el nacionalismo es una de las ideologías de la Modernidad, creado con fines políticos y económicos. Esta teoría se contrapone a los primordialistas, que creen que las naciones han existido desde el inicio de la historia humana.

Como la mayoría de las cosas que surgen en la Modernidad, la idea moderna de nación parte de una base preexistente, pero la Modernidad deforma el concepto tradicional y lo redefine de acuerdo a un nuevo paradigma. En el caso de España, la nación española se define jurídicamente por primera vez en la Constitución de 1812[2]. Antes de eso no es que no existiese España, como algunos pretenden hacer ver, pero existía la Monarquía Española, o Las Españas; no la Nación española, definida de esa manera. Hasta la aparición del nacionalismo liberal se hablaba de ser de nación española, lo cual no tenía connotaciones políticas y era meramente algo descriptivo, pero no de la Nación española en el sentido que lo entendemos hoy.

Definir qué es una nación y qué elementos la constituyen es algo tremendamente complejo y lo primero que tenemos que entender es que es una categoría política que no es aplicable a todo el mundo, sino que es propia de la historia europea y occidental y tampoco es algo eterno sino que se puede circunscribir a una época determinada. La identidad en el Mundo Antiguo, por ejemplo, era de base tribal[3]. En la Edad Media, aun teniendo importancia por supuesto las cuestiones étnicas, era la religión el factor identitario más importante, ya que era la religión y no la etnia lo que legitimaba el orden político y social. La Nación, casi deificada, sustituye a la religión como legitimadora del orden político con la aparición de los Estados-nación, pero esto sucede a partir del siglo XIX. Antes de los Estados-nación existían imperios, monarquías patrimoniales, ciudades-Estado… y como ahora veremos, la idea misma de Estado-nación ha empezado a ser fuertemente cuestionada y tal vez cuando termine el siglo XXI hablemos de los Estados-nación actuales del mismo modo que hablamos hoy del Sacro Imperio Romano o de la Liga Hanseática, como una construcción política del pasado[4].

Es importante señalar esto porque el nacionalismo, como una suerte de religión cívica, ha impregnado de una mística nacional al concepto de Nación que en ocasiones distorsiona nuestra percepción a la hora de estudiarlo. A grandes rasgos podemos decir que existen dos concepciones sobre la nación. Una de ellas la del llamado nacionalismo cívico, basado en la idea de la soberanía nacional de Rousseau[5]. La soberanía nacional es la teoría de que es la Nación en su conjunto[6] es la depositaria de la soberanía, frente a la teoría política que legitimaba al Estado del Antiguo Régimen, la soberanía real, que entendía que el rey era soberano por la Gracia de Dios. Bajo la concepción de la soberanía nacional el Estado es la organización política de la Nación, mientras que desde la tesis de la soberanía real, el Estado es una propiedad patrimonial del rey. Para el nacionalismo cívico es el pertenecer a una comunidad política, ser ciudadano, lo que te hace miembro de una Nación.

La otra concepción, más metafísica, es la del nacionalismo étnico. Esta idea de la nación, base del nacionalismo alemán y también de otros nacionalismos, sobre todo en Europa del este, se basa en la idea romántica del Volksgeist, el “espíritu del pueblo”, que atribuye a la nación una serie de características inmutables a lo largo de la Historia.

Puesto que el hombre nace de una raza y dentro de ella, su cultura, educación y mentalidad tienen carácter genético. De ahí esos caracteres nacionales tan peculiares y tan profundamente impresos en los pueblos más antiguos que se perfilan tan inequívocamente en toda su actuación sobre la tierra. Así como la fuente se enriquece con los componentes, fuerzas activas y sabor propios del suelo de donde brotó, así también el carácter de los pueblos antiguos se originó de los rasgos raciales, la región que habitaban, el sistema de vida adoptado y la educación, como también de las ocupaciones preferidas y las hazañas de su temprana historia que le eran propias. Las costumbres de los mayores penetraban profundamente y servían al pueblo de sublime modelo

J.G. Herder[7]

He ahí con toda claridad y plenamente expresada nuestra descripción del pueblo alemán. Su rasgo distintivo es la creencia en algo primario, absoluto, original que existe en el hombre mismo, en la libertad y el progreso moral infinitos, en el perpetuo perfeccionamiento de nuestra raza; en todo lo cual no creen los otros pueblos y aún les parece ser evidente todo lo contrario. Los que viven de una vida creadora, los que dejan a un lado la nada cuando otra cosa no pueden hacer, y esperan a que se adueñe de ellos una vida creadora; que, aun sin llegar tan lejos, por lo menos aspiran a la libertad, amándola, en vez de temblar ante ella, todos esos son hombres primitivos, y si se estudia, se les considera como a una colectividad, forman un pueblo primitivo (Urvolk): el pueblo alemán en una palabra.

J.G. Fitche[8]

La idea de la nación cívica se corresponde con la Ilustración, es una idea en cierto modo heredera del concepto romano de ciudadanía. La idea de nación étnica se corresponde con el Romanticismo y es heredera del concepto tribal de identidad, basado en la sangre y en un ancestro común. Esta es la razón de que el nacionalismo cívico se impulse en Francia para legitimar al Estado francés ya existente, mientras que el nacionalismo étnico se impulse en Alemania para intentar crear el Estado alemán por encima de las diferencias religiosas entre los diferentes principados alemanes, al igual que sucederá en los países eslavos. El nacionalismo cívico suele implantarse desde el Estado ya existente para legitimarse, mientras que el nacionalismo étnico suele desarrollarse cuando se percibe que el Estado y la Nación no coinciden, aunque no siempre es así y en ocasiones un mismo nacionalismo tendrá influencias de ambos.

Con independencia de la postura que se tome, ya sea un nacionalismo cívico o étnico, la cultura sirve de fundamento a la construcción de la nación. La raza, la lengua, el Derecho común… genera un sentimiento de solidaridad común y una conciencia general y desde ese punto de vista se entiende al nacionalismo como propio de la naturaleza humana que desemboca en el Estado-nación. El conflicto, por lo tanto, se da cuando existen naciones sin Estado. Como la idea de nación en sí misma es tan difusa, esta ha sido la causa de la mayoría de las guerras del siglo XIX y del siglo XX, intentar que las fronteras nacionales, intangibles, coincidan con las estatales.

Hasta los años 60 esta teoría de que la nación es algo “natural” no fue puesta en cuestión. Será a partir de ese momento cuando se empiece a plantear la tesis de que son los Estados los que crean la identidad nacional y no las naciones al Estado. La educación pública estatal crea la identidad nacional incitando ese sentimiento, por lo que el Estado sería previo a la nación. En los años 70 Anthony Smith postula que son las élites dan una visión del país frente a la visión sacralizada de los grupos religiosos. Así Smith define el nacionalismo como un movimiento ideológico para alcanzar y mantener la autonomía, la unidad y la identidad en nombre de una población considerada por algunos de sus miembros como una ‘nación’ real o potencial.[9]

Smith define a la nación como una población con nombre que comparte un territorio histórico, mitos comunes y memorias históricas, una cultura pública de masas, una economía común y derechos y deberes legales comunes para sus miembros mientras que entiende la etnia como unidades de población nombradas con mitos y recuerdos ancestrales comunes, elementos de la cultura compartida, algunos vínculos con un territorio histórico y cierta solidaridad, al menos entre sus élites.[10]

Antes de que exista la nación, existe la historia nacional, el relato que legitima a la nación. Benedict Anderson sostiene que las naciones han sido creadas por los nacionalistas y los sentimientos nacionales son inculcados interesadamente, ya sea por el Estado, ya sea por élites políticas interesadas en alterar la situación política existente[11]. Normalmente los seguidores de cualquier movimiento nacionalista convierten estos conceptos esencialistas en demandas políticas. Dentro de esta parafernalia están las banderas, los himnos, los héroes nacionales, las fechas significativas, los deportes…[12]

Dado que la nación es un concepto por encima de cualquier otra cosa sentimental, es por definición irracional. En ese sentido es tan difícil poner de acuerdo a dos nacionalistas enfrentados como poner de acuerdo a dos defensores de una corriente religiosa distinta. A menudo el debate nacional es una especie de debate teológico de la Modernidad que no nos lleva a ninguna parte. En el caso de España ese debate ha sido y es especialmente importante y marca nuestra vida política como se ha puesto de manifiesto en Cataluña. Podríamos decir que poner de acuerdo a un nacionalista español con un nacionalista catalán o vasco sería tanto como pretender que un monoteísta y un politeísta se pusiesen de acuerdo sobre su idea de la divinidad.

La polisemia de nación lleva lastrando la capacidad de ponerse de acuerdo acerca del futuro del Reino de España desde el momento mismo en que se aprobó la Constitución de 1978.

Camilo José Cela

Mi pretensión, por lo tanto, no es resolver este debate irresoluble, sino exponer cómo se ha ido construyendo la idea de nación española a lo largo del tiempo, qué características la han definido y por qué ha tenido problemas para imponerse como el único relato nacional en nuestro país, como ha sucedido en otros de nuestro entorno con el nacionalismo estatal pertinente. Espero que tras estas líneas el lector comprenda de la complejidad del concepto de nación y de por qué es problemático a la par que innecesario que esta sea definida desde el punto de vista jurídico.

Fuentes

Dado que la idea de nación es una concepción abstracta, las únicas fuentes posibles para estudiarla son los textos en los que se reflexiona sobre ella o se la define. En el caso de España he optado por analizar la definición de la nación que se da en los sucesivos textos constitucionales ya que cada uno de ellos es representativo de una tendencia o de una manera de concebirla. Esto ha sido un problema añadido dentro del nacionalismo español, el hecho de que ni siquiera dentro de este exista un consenso claro sobre qué es la nación española, lo cual ha conducido a una suerte de nacionalismo banal superficial, chovinista, basado en los símbolos pero sin la profundidad teórica que tienen otros nacionalismos europeos. Además de los textos constitucionales, he tomado como referencia otros escritos de intelectuales y pensadores españoles hablando sobre la nación.

En base a esta metodología, he podido encontrar varias construcciones nacionales a lo largo del tiempo y trataré de resumirlas brevemente. En primer lugar tenemos lo que se podría llamar nacionismo en el siglo XVIII, el antecedente del nacionalismo. Podemos hablar de la idea de España como nación católica heredera del Antiguo Régimen, si bien esto no quiere decir que otras concepciones nacionales no hayan incluido también a la religión católica como un elemento definitorio, pero en el caso del tradicionalismo español del siglo XIX la religión será el elemento central y esencial de la nación española. Contrapuesta a esta visión tradicionalista, tenemos la concepción liberal, que es la predominante, pero dentro de la cual podemos apreciar dos tendencias diferentes: la del liberalismo moderado o conservador y la del liberalismo progresista. Podemos también hablar de una idea nacional entre socialistas e incluso anarquistas diferente de la liberal. En la misma línea estaría la idea fascista elaborada por el nacional-sindicalismo de España como unidad de destino en lo universal, que analizaremos detenidamente. Por último tenemos la idea nacional que elaboró el franquismo, mezclando varios elementos, y la idea del patriotismo constitucional impulsada desde 1978 por la derecha española y opuesta a los nacionalismos periféricos, cuya naturaleza comentaremos brevemente ya que no es el objeto de este artículo.

Nacionalismo y Patriotismo

Generalmente en España, especialmente desde 1978, tendemos a hablar de nacionalistas para referirnos a los catalanes y vascos o a los nacionalistas de otras regiones, pero pocas veces se usa ese término para hablar del nacionalismo español, que indudablemente no sólo existe sino que tiene una expresión institucional evidente por parte del Estado español. Cuando hablamos de este nacionalismo español se suele hablar de patriotismo como si fuese algo contrario a los nacionalistas catalanes o vascos. Se suele hablar también constitucionalistas o unionistas frente a los independentistas, pero esta es una división maniquea que realmente no se ajusta a la realidad. Esto es consecuencia de la idea de patriotismo constitucional que desarrollaré más adelante.

No obstante, cuando yo distingo entre nacionalismo y patriotismo no lo hago en ese sentido. Entiendo por nacionalismo, con independencia de si es el nacionalismo español o cualquier otro y con independencia de si se entiende el nacionalismo desde un punto de vista cívico o étnico, como la ideología que propugna que la nación, sea la que sea, es la depositaria de la soberanía. Esto quiere decir que entienden a la nación como un todo indisoluble, eterno, indivisible… cuya voluntad está por encima de la voluntad de los individuos que la componen y que esta voluntad nacional legitima al Estado, ya sea el existente o el que se pretende crear. Por patriotismo, en cambio, entiendo el amor por la patria, sin más connotación que esa. El sentimiento patriótico no implica concebir a la nación como soberana, es compatible ser patriota con la idea del Antiguo Régimen de la soberanía real y también lo es con la idea de soberanía individual postulada por las tesis anarquistas[13] o del liberalismo más individualista[14].

El nacionalista cree que el lugar donde nació es el mejor lugar del mundo; y eso no es cierto. El patriota cree que el lugar donde nació se merece todo el amor del mundo; y eso sí es cierto.

Camilo José Cela

Nacionismo

Los antecedentes del nacionalismo podemos encontrarlos en el siglo XVIII, en lo que se suele denominar nacionismo. Antes del siglo XVIII existía la idea de Patria Hispana formada por diversas gentes, entendida como un pacto voluntario entre estas gentilidades que estaban unidas por su común lealtad al rey. Esta idea, fundamento de la Monarquía Gótica, se mantuvo durante toda la Edad Media pues todos los reinos hispánicos se consideraban herederos del Reino visigodo. Así mismo, en lo que respecta al Estado español mismo, el fundamento ideológico principal era el de ser la Monarquía Católica, heredado del siglo XV cuando la Monarquía Hispánica recoge la herencia visigoda pero convierte al catolicismo en la razón de ser misma del Estado español, pues el rey de España era, por encima de cualquier otra cosa, el Rey Católico; y el Imperio Español se legitimó en la misión de defender la fe católica y evangelizar las Indias.

A estas ideas que legitimaban el orden político y social en España se añadió, tras la llegada al trono de los Borbones, la idea francesa de Nación. Esta idea es sobre todo de origen ilustrado, parte del racionalismo parisino, de organizar el Estado de una manera racional y centralizada. Es una tendencia que se estaba dando en las tres grandes monarquías europeas del momento, pero no se dio de la misma manera. En Francia se fortaleció la autoridad real mediante el absolutismo monárquico en el siglo XVII, en España con el conde-duque de Olivares se dieron algunos pasos hacia ese centralismo, pero será con Felipe V y los Decretos de Nueva Planta que se implante el modelo centralista francés. En Gran Bretaña ese centralismo se dio de una manera pactada, con el Acta de Unión de 1707 que unificaba Inglaterra y Escocia. Esta peculiaridad marcará después una notable diferencia entre la tradición liberal anglosajona y la francesa. En España podríamos decir que la tradición liberal era más cercana a la anglosajona[15], pero finalmente, como ahora veremos, se impuso la idea francesa de Nación, en cierto modo ajena a la tradición política hispana.

Para legitimar el centralismo había que crear una idea de nación unitaria y para ello era preciso establecer un relato nacional, homogenizar las leyes e incluso las costumbres, lenguas e instituciones de las diferentes regiones y eliminar fueros y parlamentos regionales. El proceso no fue tan agresivo como en Francia tras la revolución, pero también se dio en buena medida en la España liberal y sus antecedentes se encuentran en el reformismo borbónico del XVIII. Hay que tener en cuenta que tras la Guerra de Sucesión el austracismo aún era importante en España y eso tendrá bastante importancia en el siglo XIX, cuando los carlistas en cierto modo recojan la concepción del Estado español como monarquía compuesta y hagan bandera de los fueros.

El Estado moderno empieza a concebirse en el siglo XIII, en el caso de España tenemos en el reinado de Alfonso X de Castilla los primeros pasos en esa dirección, pero será en el siglo XVIII cuando la nación empieza a consolidarse en el imaginario colectivo. Pese a ello, aún no será la legitimación del orden político. Los españoles del siglo XVIII eran súbditos del rey de España, no ciudadanos españoles. Esto, no obstante, tiene su implicación con la aparición de los símbolos nacionales durante el reinado de Carlos III, tales como la bandera rojigualda en 1785 y la declaración de la Marcha de Granaderos como Marcha de Honor en 1770, lo cual convierte al himno español quizás en uno de los más antiguos del mundo.

bandera españa siglo xix

Sobre la cuestión de los símbolos nacionales y su problemática en España hablaremos más adelante. Baste decir que en el siglo XVIII la Marcha Granadera, hoy conocida como Marcha Real era sencillamente la que se interpretaba en presencia del rey en los actos públicos y la bandera era un símbolo distintivo de la Real Armada, no así de la marina mercante ni de las unidades de tierra. Otro elemento importante que constituye a consolidar la idea de nación española son las Reales Academias, instituciones de investigación y difusión cultural, científica y artística; siendo especialmente importantes la de la Lengua y la de la Historia. La lengua castellana empezó a adquirir el carácter de lengua nacional y en cuanto a la Historia, elaborar un relato histórico nacional es esencial como aglutinante social y político[16]. Las sociedades económicas de amigos del país, también surgidas durante el reinado de Carlos III, contribuirían también a la difusión de las ideas de la Ilustración y con ellas al racionalismo que, aplicado a la política, se traducía en el centralismo.

Nación Católica

Pese al caldo de cultivo del siglo XVIII, podemos decir que el nacionalismo español como tal empieza con la ocupación napoleónica. Incluso se le puede poner una fecha de inicio, el 2 de mayo de 1808, que será uno de los hitos fundacionales de la Nación, el Alzamiento Nacional. Será frente a la ocupación extranjera que los españoles, que tenían la idea de nación en el imaginario colectivo, adquieren lo que se ha venido en llamar conciencia nacional. Sin embargo será también durante la Guerra de la Independencia cuando se produzca la primera gran fractura en la sociedad española, entre los afrancesados y los patriotas y, dentro de estos, entre los tradicionalistas y los liberales.

El tradicionalismo no debe entenderse simplemente como un movimiento reaccionario y defensor del Antiguo Régimen, sino que también tiene una mística nacional, aunque frente al liberal y revolucionario concepto de nación los tradicionalistas hablen de la patria. La patria, según la óptica tradicional, entendida como el pacto entre los súbditos y el rey. El propio nacionalismo liberal de principios del XIX se revestirá de tradicionalismo, aspirando a restaurar las viejas libertades medievales frente al absolutismo monárquico. Esto es debido al pensamiento liberal español que establece una especie de punto medio entre la idea de soberanía real de origen divino y la de soberanía nacional fruto de un pacto social: la soberanía viene de Dios pero es Dios quien pacta con el pueblo, no con el rey. Pero tanto en la concepción tradicionalista de España como en el liberalismo doceañista está presente una idea fundamental: España como nación esencialmente católica. Esta idea del catolicismo esencialista en España es lo que vamos a analizar en este apartado.

España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas. A este término vamos caminando más o menos apresuradamente, y ciego será quien no lo vea.

Marcelino Menéndez Pelayo[17]

Esa idea de unidad católica, fraguada en la Reconquista frente a los Otros, que en aquel momento serían judíos y musulmanes y tras la Reforma protestante serían los herejes, marcó al naciente nacionalismo español pues se entendía que la lucha contra el invasor francés iba en la misma línea. La primera propaganda de guerra partió de la Iglesia Católica y  los franceses eran el enemigo, principalmente, porque eran unos herejes regicidas que habían abandonado el cristianismo por el culto a la Diosa Razón y guillotinado a un rey ungido por Dios, lo que era un sacrilegio. Una vez más se trataba de España luchando contra los herejes, como antaño ingleses u holandeses. El principal pecado de la Revolución Francesa era precisamente romper con la tradición católica.

Para el pensamiento tradicionalista, la razón de ser de la Monarquía Española era la defensa de la fe católica. Esto no era exclusivo de España en el Antiguo Régimen, todas las monarquías europeas tenían más o menos este fenómeno fundacional. En los países del este de Europa la monarquía había sido fundada generalmente por el primer caudillo converso al cristianismo y su legitimación era precisamente la cristianización del país. Lo mismo sucede en los países nórdicos, en los que la monarquía, revestida de autoridad por la Iglesia, unificaba el reino con el pretexto de cristianizarlo. Las cruzadas en el Báltico a finales de la Edad Media tendrán el mismo propósito. El rey de Francia era el Rey Cristianísimo y Francia misma la Hija Mayor de la Iglesia desde época de Clodoveo. El Sacro Imperio Romano-Germánico, por supuesto, tenía una legitimación religiosa como lo tendrá después el Imperio Austro-Húngaro. El Gran Duque de Moscovia se había convertido en Zar de Todas las Rusias como heredero del emperador bizantino precisamente por la legitimación que la Iglesia Ortodoxa le daba. El tradicionalismo será una reacción conservadora frente al desarrollo capitalista representado por el liberalismo, pero también quedará impregnado por el Romanticismo propio del siglo XIX, la idealización del campo, la patria y la religión.

El principal rasgo característico del tradicionalismo, como es lógico, es el integrismo religioso y relacionado con este el monarquismo. España se definía como monárquica y católica en su esencia, pero a diferencia de la visión del liberalismo, que también en cierta medida consideraba la Monarquía y la religión católica como rasgos fundamentales de la nación española, la visión tradicionalista será de una Monarquía tradicional, del Antiguo Régimen, en la que el rey es rey por la gracia de Dios; y su visión religiosa será totalmente intransigente, siendo partidarios de mantener la Inquisición y tachando su supresión de la causa de todos los males de España durante la Década Absolutista de Fernando VII. El tradicionalismo en España se verá unido a la cuestión dinástica tras la muerte de Fernando VII, cristalizando en el carlismo.

Para el carlismo el esqueleto de España es la Monarquía tradicional, en la que el rey tenía la obligación de mantener la paz y la justicia y proteger a sus súbditos pero sólo estaba limitado en su acción por las Leyes Fundamentales del Reino y por los Santos Evangelios[18]. Otro rasgo fundamental será su carácter foral. La oposición a los liberales con su centralismo madrileño llevará a los pretendientes carlistas a hacer bandera de los fueros. La supresión de los fueros implicaba romper el pacto entre el rey y el reino en el que se fundamentaba la Monarquía tradicional. Esto hará que el carlismo tenga un gran apoyo en el País Vasco y Navarra, donde existían fueros que se querían mantener, y en los territorios de la antigua Corona de Aragón, donde se aspiraba a restaurar los fueros perdidos tras la Guerra de Sucesión. La cuestión foral llevará al carlismo a ser fuertemente regionalista frente al liberalismo, que irá adquiriendo tintes jacobinos.

Para los carlistas el liberalismo será visto como una idea foránea, ajena a España, cuya esencia católica y tradicional había sido contaminada por los extranjerizantes. Aunque el nacionalismo español en general haya estado casi siempre impregnado de la religión católica en casi todas sus corrientes, el carlismo antepone el ser católico a ser español, construyendo un discurso identitario similar al de la Edad Media o la Edad Moderna, en el que la identidad la da la religión por encima de otros rasgos como la lengua o el lugar de procedencia. Plantean como argumento ideológico para hacer la guerra, que el liberalismo ha descristianizado España y que por lo tanto hay que hacer una cruzada, una nueva Reconquista, para salvarla, siendo los liberales los nuevos herejes, los infieles que habían olvidado su fe. Se ensalza el campo por su pureza frente a la ciudad, foco de corrupción y liberalismo[19]. Por supuesto en el aspecto económico el tradicionalismo se opondrá al librecambismo y será partidario del proteccionismo y de mantener las viejas instituciones corporativas.

Antes del surgimiento del carlismo, la idea de España como nación esencialmente católica ya está presente en la propia Constitución de 1812 y era asumida plenamente por el liberalismo gaditano.

La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única y verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra[20].

La Constitución de 1812 está llena de referencias al catolicismo y se asume como algo innegable que la catolicidad forma parte consustancial del ser español. A pesar de todo hay un matiz importante, para los liberales la Nación española es el sujeto político y, entre sus características, está el hecho de ser católica; mientras que para los tradicionalistas es la religión católica lo que da sentido al orden político y la nación española es sólo un instrumento para llegar al fin último: el Reino de Dios. Es decir, para ambos España es esencialmente católica, pero para los liberales el catolicismo es un rasgo definitorio de la nación española mientras que para los carlistas la nación española solo tiene razón de ser por su defensa de la religión en el mundo, como una suerte de pueblo elegido de Dios, al igual que fueron los israelitas en el pasado.

Liberalismo Moderado

Como sucedió en todas partes, el liberalismo español se dividió en dos corrientes, una conservadora o moderada y otra progresista, embrión de lo que luego serán los partidos políticos. Sin embargo mientras que en otros países una de las corrientes absorbió a la otra en su concepción de la nación[21] o bien existió un consenso fundamental, en España habrá una pugna durante todo el siglo XIX entre ambas concepciones y ninguna se terminó de consolidar. Cada una de las corrientes trató de legitimar su postura y su idea de lo que era la nación española remontándose al pasado, del mismo modo que durante las Cortes de Cádiz se habían hecho alusiones constantes al idílico pasado medieval quebrado por la tiranía absolutista[22]. Sea como fuere, el Estado liberal español lo construyen esencialmente los moderados, siendo la Constitución de 1845 su máxima expresión.

El principal objetivo de la burguesía, elevada a clase dominante, será la creación de un mercado nacional eliminando las trabas feudales que existían aún durante el reinado de Fernando VII. Desde el punto de vista económico el liberalismo moderado defenderá el librecambismo y desde un punto de vista político el centralismo de la administración, con el mismo objetivo unificador. El discurso nacionalista pretende vincular a los ciudadanos del nuevo Estado liberal con el mismo Estado, por encima de las diferencias de clase o culturales.

Se forjan una serie de mitos sobre el carácter nacional español, que se consideran existentes desde los orígenes de la nación, los cuales se remontan a la Prehistoria. Entre esos rasgos estaría el amor por la independencia: ningún invasor extranjero consiguió dominar totalmente España y todas las invasiones fueron repelidas con una tenaz resistencia. Este rasgo sería llamado por Lafuente propensión genial a la independencia[23] y supondría un rasgo de la identidad nacional desde los primeros pobladores de la Península Ibérica.

El centralismo político, influido por el nacionalismo francés, se justifica también desde épocas remotas. Roma y los godos unificaron territorialmente el territorio y fue la Monarquía goda la que estableció una misma ley, una misma fe y un mismo trono para toda España. La ruptura de esa unidad, cuando se había producido, es lo que había propiciado la ruina del país, la pérdida de su independencia y la dominación extranjera, pero España había alcanzado su gloria cuando había vuelto a ser unificada. La Reconquista se plantea como el proceso de unificación del territorio bajo la religión católica, que culmina con los Reyes Católicos y que supondrá la creación del Imperio y del máximo esplendor nacional.

Ese centralismo político no es algo nuevo del liberalismo, sino que desde época de Felipe IV se habían tratado de dar pasos en ese sentido, situando a Castilla como el motor centralizador, castellanizando la idea de España. Esto se produce así por un motivo claro, tras el fracaso de la rebelión comunera, el poder del rey era mucho mayor en Castilla que en la Corona de Aragón, por lo que para la óptica absolutista era mucho más beneficioso que las leyes de Castilla imperaran en toda España y que las Cortes castellanas fueran las Cortes de todos los reinos. Con la llegada de los Borbones la castellanización fue aún mayor, pero en el establecimiento del Estado liberal se producirá un auténtico ataque a la diversidad de España y a las etnias no castellanas, identificando lo castellano (y deformando a su vez lo que realmente había sido castellano) con lo español, como si España fuese una Castilla ampliada.

Dentro de esta mentalidad, los fueros vascos y navarros eran una reminiscencia medieval que había que suprimir en pos de la unificación, y se establece un gran control sobre los Ayuntamientos para cortar el poder de los municipios. Se ensalza el Fuero Juzgo como primer gran código de la Monarquía que los reyes de Castilla habían recuperado, pero que se trataba del primitivo código de Eurico, por lo que las leyes castellanas eran las herederas de las godas, comunes a todos. El centralismo será la plasmación política del intento uniformador que tiene el nacionalismo liberal moderado, y queda plasmado en la Constitución de 1845 y luego será aún más especificado en la non nata de 1856:

Artículo 5. Unos mismos Códigos regirán en toda la Monarquía, y en ellos no se establecerá más que un solo fuero para todos los españoles en los juicios comunes, civiles y criminales.[24]

En cuanto a la cuestión de la soberanía nacional, los moderados adoptarán la tesis de los liberales doctrinarios en la Francia de la Restauración (1814-1830), una postura centrista que defendía en primer lugar que la soberanía era compartida entre la Nación y el Rey[25] y en segundo lugar que si bien todos los ciudadanos integran la Nación y han de tener derechos civiles, sólo los más aptos deben dedicarse a la política. Desde la perspectiva burguesa de la época, los más aptos son aquellos que tienen una mayor renta, ya que esto les ha permitido tener una mayor formación y más cultura, además el hecho de ser propietarios les llevará a tomar decisiones más prudentes y ello redundará en la estabilidad del país[26]. Esto le llevará a los doctrinarios a la defensa del sufragio censitario y de una cámara alta, que en el caso español será el Senado. La idea de moderación y de monarquía moderada será el rasgo definitorio de lo que luego será la derecha española, por eso en un primer momento se les conoce como moderados.

Liberalismo Progresista

La corriente progresista del liberalismo tuvo escasos momentos en los que alcanzó el poder durante el reinado de Isabel II, por lo que su acción política tuvo mucho menos impacto a la hora de construir el Estado liberal que la de los moderados, y se plasma su obra fundamentalmente en la Constitución de 1837 y en la non nata de 1856. En el primer caso se trata de una Constitución elaborada con el país en guerra civil y en una situación en la que los carlistas habían llegado casi a las puertas de Madrid, por lo que el consenso entre los liberales tuvo que ser obligatorio por la situación, pero en el segundo caso se trata de una Constitución impulsada por los progresistas que se habían impuesto tras un pronunciamiento, por lo que no será consensuada, y además no llegó a estar en vigor. La acción política de liberalismo progresista, por lo tanto será muy limitada durante la época isabelina.

Sin embargo el liberalismo progresista tendrá una gran importancia en lo referente a la elaboración del discurso nacionalista español, modificando algunos de los aspectos del liberalismo moderado al respecto de la construcción de la identidad nacional española, y tendrá también importancia en tanto en cuanto que la corriente más radical de los progresistas, serán los llamados demócratas, que impulsarán la Constitución de 1869, cuyas ideas serán el germen del republicanismo posterior. Podemos entender el republicanismo como la corriente más radical dentro del liberalismo progresista, pero durante el reinado de Isabel II y durante la Restauración, el liberalismo progresista español será fundamentalmente monárquico.

Aunque el liberalismo progresista es de carácter monárquico, concibe la Monarquía de una manera diferente al liberalismo moderado, lo cual también está relacionado con la cuestión de la soberanía nacional. El liberalismo progresista es igualmente una ideología que nace de la mentalidad burguesa y como tal recela de la participación de las masas en la política y será contrario al sufragio universal, pero dentro del sufragio censitario defenderán un cuerpo electoral más amplio que los moderados. Esto también deriva de un interés electoral, pues la mediana burguesía era más progresista mientras que la alta burguesía, que imitaba a la aristocracia, era más conservadora. Un mayor cuerpo electoral beneficiaba a los progresistas.

Los progresistas defenderán una Monarquía con un poder más limitado del Rey, que no ostentase directamente el poder ejecutivo sino que fuese un árbitro, un mediador, que sin embargo se abstuviera de intervenir en las cuestiones políticas. Una postura más cercana a la Monarquía parlamentaria, que en última instancia será la máxima aspiración del progresismo. La soberanía nacional, desde esta óptica, reside en el pueblo y no es una soberanía compartida entre la Nación y el Rey[27].

Todos los poderes públicos emanan de la Nación, en la que reside esencialmente la soberanía, y por lo mismo pertenece exclusivamente a la Nación el derecho de establecer sus leyes fundamentales[28].

En la cuestión de la Monarquía, los progresistas también bucean en la historia para legitimar que la Monarquía española es una Monarquía limitada, aludiendo a las libertades medievales, a los fueros, a las instituciones como los síndicos-personeros, a la autonomía de los municipios… y sobre todo al papel de las Cortes como representantes de la soberanía nacional. El liberalismo progresista defiende en España la descentralización política, pero lo hace desde una postura administrativa, entendiendo que es más eficaz, no porque conciba a España como un país plurinacional ni nada parecido, ya que hasta finales del siglo XIX no se cuestionará que la única nación sujeta de soberanía en el Estado español es la nación española. Aunque el federalismo nazca de las corrientes progresista los liberales progresistas serán partidarios de un Estado unitario, pero considerarán los fueros y las viejas libertades municipales como la verdadera esencia de España, apostando por lo tanto por extender el régimen foral vasco y navarro al resto de territorios y de esa forma acabar con el problema foral, en lugar de suprimirlos, y así mismo serán partidarios de una gran autonomía a los ayuntamientos.

Al contrario que los moderados, cuyo discurso nacionalista, para legitimar el centralismo, aludía a que los españoles siempre habían caído en desgracia cuando habían perdido su concepto de unidad; los progresistas, buceando también en la historia, aludían lo contrario, que las grandes gestas de la historia nacional siempre habían sido producidas por la descentralización. La Reconquista no fue llevada a cabo por un solo reino, sino por muchos, eso sí, uniéndose bajo una idea común. Del mismo modo existía el ejemplo más reciente de la Guerra de la Independencia, cuando un gobierno centralizado había permitido la invasión francesa y sin embargo habían sido las Juntas locales y provinciales, que eran un gobierno descentralizado, quienes habían liberado a la nación.

Se alude al carácter tribal de los españoles, que se añade como un rasgo de la identidad nacional, vinculado al mito del amor por la libertad y la independencia. Los pueblos indómitos del norte habían resistido a los romanos y a los godos, y posteriormente a los árabes, precisamente por ese concepto tribal. El tribalismo, para los progresistas, era consustancial al carácter español y por lo tanto eso se traduciría en la descentralización. Frente a la exaltación del Fuero Juzgo como código unificador, de herencia goda, empleado por los reyes castellanos, Patxot defendía la tesis de la descentralización, que también servirá de base posterior al federalismo, basándose en este carácter tribal:

Precisamente la España buscó su salvación, no en la generalidad, sino en la tribu; y su derecho escrito no en los códigos nacionales, sino en los fueros del municipio[29].

Desde un punto de vista económico los progresistas serán defensores del proteccionismo para beneficiar la industria catalana fundamentalmente, la cual necesitaba altos aranceles estatales para poder desarrollarse y competir con otras y además se surtía del algodón cubano. El nacionalismo económico opuesto al librecambismo será otro de los rasgos de los progresistas. Esto hará que la burguesía madrileña, partidaria del librecambismo, se alinee con las tesis conservadoras mientras que la catalana, partidaria del proteccionismo, lo haga con las progresistas[30].

En cuanto a la cuestión religiosa, aunque el liberalismo progresista sigue considerando a la nación española como católica aboga cada vez más por la separación entre la Iglesia y el Estado y por el anticlericalismo. Dicho anticlericalismo será por una parte intelectual, destinado a arrebatarle a la Iglesia la potestad que tenía, fundamentalmente en educación y en el aspecto cultural; pero también tendrá una versión violenta con la quema de conventos y otros edificios religiosos, que sembrará un poso en la izquierda de frontal enfrentamiento con la Iglesia y que alcanza su vertiente más virulenta durante la Guerra Civil de 1936[31].

Esta separación entre la Iglesia y el Estado propugnada por el liberalismo progresista se plasmará en una creciente tolerancia religiosa, estableciéndose la libertad de cultos en 1869 y dejando de asumirse que ser católico es consustancial a ser español, como se refleja en la Constitución de dicho año.

Artículo 21. La Nación se obliga a mantener el culto y los ministros de la religión católica. El ejercicio público o privado de cualquier otro culto queda garantizado a todos los extranjeros residentes en España, sin más limitaciones que las reglas universales de la moral y del derecho.

Si algunos españoles profesaren otra religión que la católica, es aplicable a los mismos todo lo dispuesto en el párrafo anterior[32].

Como vemos se asume que lo normal es que un español sea católico, pero se asume la posibilidad de que no lo sea, luego la catolicidad ya no es un rasgo esencialista en la identidad española[33]. Lo cierto es que a esas alturas del siglo XIX sociológicamente, con independencia de si había un mayor o menor fervor religioso, era realmente excepcional que un español no fuese católico y será con la presencia del anarquismo y del marxismo cuando empiece a aumentar el ateísmo y sólo en el siglo XX cuando surgen nuevas formas de religiosidad entre los españoles.

Por último, debemos hablar también del republicanismo en España y de su discurso nacionalista, en tanto que es una corriente ideológica desgajada del progresismo más radical, de los llamados demócratas. En España la Monarquía ha estado cuestionada en diferentes momentos, pero en todos ellos se solía cuestionar a la persona del rey más que a la institución en sí. Ni siquiera durante el reinado de Fernando VII podemos hablar de un pensamiento republicano estructurado, aunque será en el Trienio Liberal (1820-1823) cuando el ala más radical de los liberales, los llamados comuneros, que más que un partido político eran una facción, se empiecen a cuestionar la figura del Rey.

En la I República el republicanismo será muy débil, siendo esto quizás una de las principales causas de su caída, y se trataba sobre todo de intelectuales, existiendo además diferentes corrientes dentro del republicanismo que no pudieron ponerse de acuerdo sobre el carácter de la república que se pretendía constituir. El republicanismo será la primera ideología en recoger la cuestión social y estará vinculada al federalismo, tanto es así que prácticamente no podemos encontrar un federalismo español que no sea republicano. Por este motivo, las clases populares aclamarán la República o la forma federal del Estado, más que por lo que representa en sí, como bandera del cambio social.

Tras la caída de la I República el republicanismo español tuvo un largo proceso de renovación y será en el siglo XX cuando alcance cierta importancia. El republicanismo liberal será la máxima aspiración del ideal progresista, y sus principales rasgos son los del liberalismo progresista, pero elevados a sus máximos exponentes y desarrollados en la práctica en la Constitución de 1931. En la II República se busca integrar a los nacionalismos periféricos que ya estaban desarrollándose, pero para tratar de armonizar la disputa entre si España debía constituir un Estado unitario y uno federal, se habla de Estado integral, que sería el embrión de lo que actualmente es el Estado autonómico, es decir, un Estado unitario descentralizado, reconociendo las peculiaridades de las regiones y su identidad.

Artículo primero.

España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.

Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo.

La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los

Municipios y las Regiones.

La bandera de la República española es roja, amarilla y morada[34].

En la Constitución de 1931 la soberanía nacional está ya totalmente aceptada pues al eliminar la Monarquía no hay ninguna duda de que es la nación la única soberana, teniendo a identificarse la República con la nación misma. Se trata de eliminar cualquier referencia a la Monarquía, considerada un lastre, e incluso se modifica la bandera nacional, incluyendo la franja morada, asociándose así la bandera rojigualda como monárquica. También se modificó el himno nacional, sustituyendo la Marcha Real, con evidentes connotaciones monárquicas, por el Himno de Riego, que había sido himno nacional durante el Trienio Liberal pero que sin embargo no tenía mucha popularidad entre la gente[35].

bandera ii república

Hasta la Constitución de 1931 ninguna constitución española había hecho referencia a la bandera y tampoco había hablado de lenguas oficiales, dándose por hecho que la bandera rojigualda era la nacional y que el castellano era la lengua de facto que se usaba en la administración del Estado, lo cual había denostado en buena medida el resto de lenguas españolas. Tampoco se había hablado de la capitalidad en ninguna constitución anterior, siendo la de 1931 la primera que especifica el hecho de que fijaba la capital en Madrid. La idea de incorporar el morado de Castilla a la bandera, aunque partiese de la idea errónea de que el pendón castellano era morado, así como el mencionar a Madrid y hablar de lenguas cooficiales pero estableciendo una clara preeminencia del castellano, muestran que la visión nacional de los republicanos, aunque intentando integrar a los nacientes nacionalistas periféricos, es esencialmente castellanista.

Artículo 4. El castellano es el idioma oficial de la República.

Todo español tiene obligación de saberlo y derecho de usarlo, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconozcan a las lenguas de las provincias o regiones.

Salvo que lo que se disponga en leyes especiales, a nadie se le podrá exigir el conocimiento ni el uso de una lengua regional[36].

La descentralización de la administración que se refleja en la Constitución de 1931 es la máxima aspiración a este respecto del progresismo español, pero queda claro que no se rompe con la unidad del Estado, siendo las regiones autónomas divisiones administrativas pero no sujetos de soberanía, pues se entiende que la soberanía nacional es una e indivisible y reside en el pueblo español en su conjunto, no puede fraccionarse. A diferencia de lo que sucede en un Estado federal, en el que se entiende que hay varios sujetos de soberanía que se unen en virtud del pacto federal, en 1931 se entiende que el Estado español es unitario, que la nación española es el único sujeto de soberanía, pero que dicha nación soberana, representada en las Cortes, decide dar una ley especial a parte de su territorio. Dicha ley orgánica es el Estatuto de Autonomía[37]. Se considera que las regiones y provincias están integradas en la República[38], pero no federadas, como queda claro en el Artículo 13:

En ningún caso se admite la federación de regiones autónomas[39].

En cuanto a la cuestión religiosa, el anticlericalismo alcanza su máxima expresión durante la II República, que será un Estado laico. Es evidente que para la construcción nacional del republicanismo, la religión católica no forma parte de la esencia española. El texto que mejor refleja esto, que España, ciertamente en el pasado había tenido una gran vinculación con la religión católica, pero que ahora, sociológicamente, ya no lo tenía, y que en todo caso, no es España la que debe a la religión católica algo, sino dicha religión católica la que está en deuda con España; es el polémico discurso que pronunció Manuel Azaña en las Cortes Constituyentes el 13 de octubre de 1931:

Para afirmar que España ha dejado de ser católica tenemos las mismas razones, quiero decir de la misma índole, que para afirmar que España era católica en los siglos XVI y XVII. Sería una disputa vana ponernos a examinar ahora qué debe España al catolicismo, que suele ser el tema favorito de los historiadores apologistas; yo creo más bien que es el catolicismo quien debe a España, porque una religión no vive en los textos de los Concilios o en los infolios de los teólogos, sino en el espíritu y en las obras de los pueblos que la abrazan, y el genio español se derramó por los ámbitos morales del catolicismo, como su genio político se derramó por el mundo en las empresas que todos conocemos. […]

En España, a pesar de nuestra menguada actividad mental, desde el siglo pasado el catolicismo ha dejado de ser la expresión y el guía del pensamiento español. Que haya en España millones de creyentes, yo no os lo discuto; pero lo que da el ser religioso de un país, de un pueblo y de una sociedad no es la suma numérica de creencias o de creyentes, sino el esfuerzo creador de su mente, el rumbo que sigue su cultura. […][40]

Azaña pretendía decir que la España de su época ya no era sociológicamente católica, aunque el catolicismo tenía todavía una influencia fortísima en la sociedad española que los políticos republicanos no supieron ver. El Estado republicano llevaría el laicismo hasta el extremo de oposición frontal con la Iglesia e incluso de la persecución religiosa[41], lo cual fue sin duda uno de los motivos que llevó a que la derecha española, prácticamente desde el principio, fuese desafecta con el nuevo régimen.

Este ataque frontal al catolicismo, reflejado en la Constitución, no sólo se basa en el ideal del laicismo de Estado, sino que además pretende recuperar las competencias en educación que en la gran mayoría de los casos estaban en manos de la Iglesia, sobre todo de los jesuitas[42] y además hay que tener en cuenta que el catolicismo era uno de los pilares de la Monarquía, que incluso bajo su concepción liberal había seguido manteniendo las formas tradicionales de Monarquía Católica, por lo que el tratar de debilitarlo perseguía evitar una posible involución monárquica.

Controlar la educación será algo fundamental a la hora de elaborar la identidad nacional y el hecho de que la Iglesia hubiera sido la gran dominadora de la enseñanza había sido uno de los problemas en la relativamente débil nacionalización de los españoles, razón por la cual la República pretende recuperar este arma y asociar los valores republicanos como valores españoles, construyendo así una identidad que identifique a España con la República, lo cual se verá de manera mucho más clara en la propaganda de guerra de la Guerra Civil pero mezclado en este punto con la construcción que de la nación española hacen socialistas, comunistas y anarquistas.

España Plurinacional

La idea de que en España haya más de un sujeto de soberanía es ajena al liberalismo español del siglo XIX, pues con independencia de si este presenta posturas conservadoras o progresistas, todos los liberales entendieron a la Nación española en su conjunto como la depositaria de la soberanía. La aparición del nacionalismo vasco y del nacionalismo catalán se producirá a finales del siglo XIX y no tendrá impacto político hasta el siglo XX, con la crisis de la Restauración. No obstante, la idea de varios sujetos de soberanía parte de dos fuentes fundamentales. Por un lado, del carlismo y su carácter foralista y regionalista[43] y por otro lado del federalismo, que surge del liberalismo progresista.

España nunca ha constituido un Estado federal, sin embargo el discurso nacionalista del federalismo, al igual que el liberalismo progresista, habla del carácter tribal de los españoles y del hecho de que las mayores empresas de España se han producido siempre no por un gran poder central, sino gracias a la autonomía de las regiones y los municipios. El principal exponente de las ideas federales en España será el que fue Presidente del Poder Ejecutivo durante la I República, Francisco Pi i Margall, influido por el federalismo de Proudhon. Sus ideas tendrían una gran influencia en el federalismo anarquista español y en algunas corrientes catalanistas, que no planteaban el separatismo sino una Cataluña integrada en una España federal.

La Constitución federal de 1873, que no llegó a entrar en vigor, es el mayor exponente político del federalismo en España. El principal rasgo característico del federalismo es que la identidad se va construyendo por agregación de identidades superiores. Se es catalán sin dejar de ser barcelonés, y se es español sin dejar de ser catalán, por ejemplo. Esa es la lógica que ha movido la mayoría de sistemas federales, inspirada en los usos políticos de Gran Bretaña y Estados Unidos y es también la lógica del federalismo europeo, añadiendo la identidad europea y la condición de ciudadano de la Unión Europea a la identidad nacional y la condición de ciudadano español, francés, alemán, italiano… sin sustituirla.

La cuestión de la soberanía, desde este punto de vista, sería doble. El caso más claro es Estados Unidos, en cuya Constitución se basa la española de 1873. Se organiza España en diferentes Estados, siendo la República la federación que los une a todos. Sin embargo uno de los problemas que ha tenido el federalismo español es la existencia del nacionalismo catalán y vasco fundamentalmente, así como la existencia de un nacionalismo español centralista con una idea castellanista de España, puesto que la idea federal consiste precisamente en la voluntad de unirse, de federarse, y eso choca frontalmente con las ideas separatistas del nacionalismo catalán y vasco pero también con las actitudes separadoras de un nacionalismo español que asume sólo como español lo castellano.

El hecho de que la nación se organice en Estados no rompe, en principio, con el hecho de que la soberanía nacional sea indivisible, pero si admite el matiz de la voluntariedad de esta unión[44]. Es decir, desde la perspectiva federal la nación española era soberana en su conjunto, pero dicha nación se había formado por la voluntad de los diferentes pueblos de España por estar unidos. Estas tesis, en el siglo XIX, también estaban influidas por el iberismo, pues se abría la puerta a una futura entrada de Portugal en la Federación.

El federalismo en España trató de organizarse desde arriba pero contó con el problema del cantonalismo, que era una mala interpretación de la teoría federal que atomizó hasta el extremo el país, y que hizo que el federalismo, desde entonces, tuviera esa estigma de disgregador cuando, precisamente, la idea de una federación es la contraria, es la de unir. Que el federalismo fomenta la unidad y no la disgregación, quedó muy bien plasmado en el discurso de Castelar ante la insurrección de los federalistas intransigentes, en el que queda latente una clara idea de la identidad española:

Me opondré siempre con todas mis fuerzas a la más pequeña, a la mínima desmembración de este suelo, que íntegro recibimos de las generaciones pasadas, que íntegro debemos legar a las generaciones venideras, y que íntegro debemos organizar dentro de una verdadera federación. Y el movimiento cantonal es una amenaza insensata a la integridad de la Patria, al porvenir de la libertad[45].

En cuanto a la cuestión de la soberanía nacional, el hecho de que haya unas Cortes bicamerales, inspiradas en el Congreso de Estados Unidos, es un reflejo de esa doble soberanía: el Senado representaría la soberanía de los Estados y el Congreso de los Diputados la soberanía de la Nación en su conjunto. Así mismo, el proyecto de Constitución federal de 1873 ya apuntaba, aunque fuese tímidamente, la idea libertaria de la soberanía personal al mencionar implícitamente al individuo como un sujeto de soberanía.

En la organización política de la Nación española todo lo individual es de la pura competencia del individuo, todo lo municipal es del Municipio, todo lo regional es del Estado, y todo lo nacional es de la Federación[46].

Lo más interesante de la concepción federal reflejada en la Constitución de 1873, en parte por influencia anarquista y en parte también por la influencia anglosajona, es el hecho de que se concibe a la nación frente al Estado en lugar de identificar al Estado con la nación, como suele ser habitual en el liberalismo español por influencia francesa. Mientras que en Estados Unidos se percibe al Estado como algo malo que hay que limitar y se considera patriota al que lucha frente a un gobierno despótico, la tradición francesa identifica la República con la nación misma y por lo tanto se tiende al dirigismo, al igualitarismo, la homogeneidad y en última instancia al socialismo[47]. Esa defensa de la soberanía individual, aunque todavía muy tenue en su planteamiento, así como el miedo al cantonalismo disgregador, se evidencian en el Artículo 99 de ese proyecto de Constitución federal.

Los Estados no podrán legislar ni contra los derechos individuales, ni contra la forma republicana, ni contra la unidad y la integridad de la Patria, ni contra la Constitución federal[48].

En resumidas cuentas, el federalismo español tiene una idea de la nación como un pacto voluntario pero entendiendo que una vez que este pacto se produce es de carácter perpetuo y no puede romperse. Así similar sucede en la Constitución de los Estados Unidos cuando se habla de una de formar una Unión más perfecta en su preámbulo[49]. El federalismo tuvo en el siglo XIX la difícil tesitura de combatir por un lado el cantonalismo y por el otro las tendencias centralistas, por lo que se vio incapacitado para desarrollarse plenamente. Sin embargo tendrá influencia a la hora de construir un nuevo discurso sobre la identidad española, la España plural, que tendrá un gran calado sobre todo entre la izquierda española del siglo XX, en especial tras la Guerra Civil, situando la alternativa federal como una vía para solucionar la llamada cuestión nacional en España, a medio camino entre el centralismo homogeneizador del nacionalismo español heredero o bien del liberalismo moderado o bien del franquismo; y el separatismo de los nacionalistas periféricos.

Sin embargo, en contra de lo que algunos plantean actualmente, el federalismo nunca ha pretendido ser un paso intermedio para el separatismo sino plantear una nueva unidad de España, basada en la diversidad, lo cual le ha llevado a elaborar un nuevo discurso identitario alejado del castellanismo que ha predominado en el nacionalismo español.

Marxismo

A pesar de que el movimiento obrero ha tenido desde sus orígenes un carácter marcadamente internacionalista, también ha sabido construir una identidad que podríamos denominar nacional en todos los países y por supuesto también en España. Sin embargo el concepto de la identidad española para el comunismo y para el socialismo ha ido evolucionando desde sus orígenes influido también por el concepto del liberalismo más progresista sobre la nación española. Desde una óptica marxista la abolición de las clases sociales llevaría consigo la abolición de los Estados-nación, sin embargo ello no significa que se rechacen las peculiaridades culturales de los pueblos, concepto que en muchos casos ha sido confundido.

Si atendemos a lo que el propio Marx dijo sobre España, vemos que claramente rechaza los nacionalismos emergentes en el siglo XIX, pues considera dentro de su visión teleológica de la Historia que la construcción de España como Estado-nación ya se produjo y que pretender fragmentarla es una involución reaccionaria. El marxismo siempre será defensor del Estado centralista y para la cosmovisión del materialismo histórico las naciones, entendidas como algo sentimental y subjetivo, sólo deben ser tenidas en cuenta en tanto que existen como fruto del proceso histórico y por lo tanto rechaza el separatismo.

Marx discrepa de Proudhon y de Bakunin precisamente en la cuestión del federalismo (…). El federalismo dimana por principio del anarquismo. Marx es centralista-democrático.

Vladimir Ilich Ulianov “Lenin” [50]

No obstante, Lenin deja abierta la puerta a la descentralización política en El Estado y la Revolución y de hecho, en la teoría, la Unión Soviética será un Estado federal que reconoce a las diferentes nacionalidades del viejo Imperio Ruso.

…si el proletariado y los campesinos pobres toman el poder del Estado, se organizan con plena libertad en comunas y unen la acción de todas las comunas para dirigir los golpes contra el capital, para aplastar las resistencias de los capitalistas, para entregar la propiedad privada de los ferrocarriles, las fábricas, la tierra, etc., a toda la nación, a toda la sociedad, ¿Acaso no será eso centralismo? ¿no será el más consecuente centralismo democrático y, por añadidura, centralismo proletario?

Pero Engels no concibe el centralismo democrático, ni mucho menos, en el sentido burocrático con que emplean este concepto los ideólogos burgueses y pequeñoburgueses, incluyendo entre estos últimos a los anarquistas. Para Engels el centralismo no excluye en lo más mínimo esa amplia administración autónoma local que, con la defensa voluntaria de la unidad del Estado por las «comunas» y las regiones, elimina en absoluto todo burocratismo y todo «mando» desde arriba.[51]

La realidad de la Unión Soviética será muy diferente, pues como toda dictadura existe una tendencia hacia el centralismo y la concentración de poder en manos del gobernante o del partido. Stalin dice sobre la nación que los elementos que la constituyen son ser una comunidad de idioma, una comunidad de territorio, una comunidad de vida económica y una comunidad de psicología, entendiendo por tal el llamado “carácter nacional” y la cultura. Así pues, Stalin define a la nación como una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura[52].

La visión marxista sobre la nación sería un tema más amplio que excede el planteado aquí, baste decir que Marx distingue entre la nación burguesa y la nación proletaria cuando habla de esta cuestión en el Manifiesto Comunista y que de esta idea los ideólogos marxistas posteriores han hecho multitud de interpretaciones. En líneas generales se pude decir que el marxismo acepta a los Estados-nación consolidados como una fase más del capitalismo pero reconoce las nacionalidades sin Estado en los imperios como el Austro-Húngaro o la propia Rusia zarista, construidos sobre los principios del Antiguo Régimen, anteriores a las revoluciones liberales que, según la óptima teleológica marxista, debían preceder inexorablemente a la revolución socialista.

La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera[53].

Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país debe acabar en primer lugar con su propia burguesía[54].

Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el Poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués[55].

Uno de los grandes problemas en lo referente a España es que no ha existido un pensamiento marxista específicamente español en lo referente a esta cuestión, tal como señala Santiago Armesilla Conde. La ausencia histórica de un marxismo español, que tiene causas históricas muy concretas, explica por qué la cuestión nacional española no se ha resuelto desde las izquierdas, particularmente las de raíz marxista, que han acabado derivando hacia derroteros federalistas, confederalistas, plurinacionales o directamente independentistas que no tienen conexión alguna ni con la doctrina de Marx sobre el Estado y la nación, ni con los desarrollos posteriores, inspirados en él, de Engels, Lenin y Stalin[56].

logo pce

Pese a ello podemos ver una idea nacional en la izquierda española, heredada en buena medida del liberalismo progresista, que queda de manifiesto hasta la Guerra Civil. Hasta ese momento la izquierda española jamás cuestionó a la nación española como sujeto político ni se planteó la existencia de otras naciones en el Estado español, pues el nacionalismo catalán y vasco eran movimientos considerados reaccionarios y conservadores. Será la propia Guerra Civil y el exilio republicano lo que transformen esta concepción, como más adelante veremos. Sirvan como ejemplo de esto las palabras de Juan Negrín en 1938 referidas al nacionalismo catalán en plena guerra:

No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España! Antes que consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco sin otra condición que la de que se desprendiese de alemanes e italianos[57].

Durante la Guerra Civil se crea el imaginario de las “dos Españas” y la propaganda de cada bando tendió a “desespañolizar” al contrario, argumentando que el enemigo, aunque fuese español, luchaba contra los intereses de la patria y al servicio de potencias extranjeras, ya fuese la Unión Soviética o las potencias fascistas, según el caso. Una visión maniquea de España contra la “anti-España”. En el caso de la izquierda, se construye una idea de patria proletaria siguiendo las tesis marxistas. La construcción de una identidad nacional obrera no fue exclusiva del socialismo y el comunismo, también los anarquistas exaltaban la Revolución Española de 1936 como primera revolución libertaria del mundo, por lo que el pueblo español estaba a la vanguardia de todos los obreros del planeta, en una idea similar a la propaganda de guerra que luego utilizaría la URSS durante la II Guerra Mundial para exaltar el patriotismo ruso al mismo tiempo que el ideal comunista. Se trató de asociar que defender la libertad, el socialismo, la democracia… era lo mismo que defender a España, y que los enemigos o bien eran traidores, o bien estaban engañados por el poder de la burguesía.

Ese nacionalismo de la izquierda, que durante la Guerra Civil planteó la revolución social como unida a una revolución nacional en la idea marxista que hemos comentado anteriormente de que los obreros se elevaran a clase nacional, quedó muy patente en la propaganda de guerra pero también se vio durante la II Guerra Mundial por parte de los españoles que combatieron a los nazis, especialmente en La Nueve de la División Leclerc, que combatía bajo bandera republicana española y que daba nombres españoles a los tanques. Así mismo la Operación Reconquista de España en 1944, como su propio nombre indica, plasma muy bien como para socialistas y comunistas se había unido liberación social con liberación nacional y se había construido una nueva imagen de patria proletaria española, frente a la burguesa, defendida por el fascismo, que representaba Franco.

Será la victoria de los sublevados y la consolidación de la idea franquista de España ante la falta de referentes ideológicos marxistas propiamente españoles entorno a la cuestión nacional lo que provocará que la izquierda española se “desnacionalice” durante la dictadura, cuando comunistas y socialistas tendrán que compartir la trinchera de la oposición al régimen con nacionalistas vascos y catalanes en una alianza contra natura cuyos problemas ya se manifestaron en la Guerra Civil y que tiene reminiscencias en la política española actual.

Fascismo

Dado que el término fascismo se suele utilizar de manera impropia, conviene antes de nada definir bien a qué nos referimos. Desde mi punto de vista el único fascismo propiamente dicho es el italiano. Se tiende en la historiografía a hablar de los fascismos para referirse a la Italia fascista y a la Alemania nacionalsocialista, pero desde mi punto de vista esto es incorrecto. Tanto el fascismo como el nacionalsocialismo como otros movimientos similares surgidos en la Europa de Entreguerras tienen en común un nacionalismo extremo, pero dicho nacionalismo, que procede de la tradición liberal, no es de la misma naturaleza y ello hará que los regímenes o postulados ideológicos construidos en base a este sean bastante diferentes[58]. En el caso del fascismo, este parte del nacionalismo italiano, que es un nacionalismo cívico. En cambio el nacionalsocialismo parte del nacionalismo alemán, que es fundamentalmente étnico. Por otro lado tenemos una serie de movimientos surgidos en Europa derivados del fascismo que podríamos denominar parafascistas. En un sentido amplio, podemos englobar estos movimientos dentro del fascismo, pero teniendo siempre en cuenta que cada uno de ellos presenta características propias y, dado que se trata por encima de todo de movimientos ultranacionalistas, dichas peculiaridades nacionales resultan decisivas para entenderlos.

Así pues, en el caso de España podemos hablar de un movimiento parafascista que es el nacional-sindicalismo, el cual entenderemos, asumiendo la imprecisión del término como el fascismo español. Existe un debate historiográfico sobre si el franquismo fue o no un régimen fascista o parafascista. Sin entrar en esa cuestión, yo sostengo que no lo fue, pero sí que tuvo, como ahora veremos, elementos fascistas. No obstante, cuando yo hablo de la idea nacional desde la óptica fascista me refiero sobre todo a la idea que elabora el nacional-sindicalismo en los años 30 del siglo XX, antes de la Guerra Civil.

Ramiro Ledesma Ramos es el primer ideólogo del nacional-sindicalismo que, a grandes rasgos, es una doctrina que bebe del fascismo italiano pero adaptándolo a la construcción nacional española del siglo XIX e incorporando incluso ideas del anarcosindicalismo, que era el movimiento social más fuerte en la España de los años 30[59]. La influencia de la CNT se puede ver claramente en la idea de construir el Estado sindical[60]. Ramiro Ledesma en La Conquista del Estado celebrará el advenimiento de la II República, pero considerará esto como una fase previa necesaria para la instauración de lo que llamará, sin definirlo demasiado, el Estado hispánico[61]. No obstante Ramiro Ledesma temía que la República naciente estuviera dirigida por liberales y marxistas y no fuera una República que fuese producto de la misma entraña hispánica, leal a los afanes de nuestro pueblo, y concentre las auténticas eficacias, que son las de índole social y económica[62].

bandera de falange

Aunque se reciba de esta forma a la República, antes de su proclamación la postura de La Conquista del Estado será la de que el debate entre Monarquía o República es un debate estéril y que daba igual la forma del Estado siempre que fuese un Estado hispánico de carácter totalitario, anticapitalista pero también antimarxista[63]. En este sentido, el fascismo español recibe la influencia del nacional socialismo, ya que en Alemania también se plantea el debate entre la Monarquía o la República y se tacha al NSDAP de ser un partido antirrepublicano por luchar contra las instituciones de Weimar, hablando Adolf Hitler en el Mein Kampf en los mismos términos que habla Ramiro Ledesma y diciendo que el objetivo era establecer un Estado germánico, sin entrar en si debía ser una república o una monarquía[64]. Tras la Guerra Civil el fascismo español será considerado como antirrepublicano pero lo cierto es que también rechazará la Monarquía al considerarla reaccionaria, puesto que no hay que olvidar que el fascismo es un movimiento recién nacido y revolucionario en los años 30.

Una de las principales características de los movimientos parafascistas, tanto en España como en toda Europa, será la sacralización de la violencia y la exaltación de la juventud. Las principales críticas a la República en un primer momento era que sus dirigentes eran demasiado viejos, cuando España necesitaba savia nueva. El espíritu de la juventud, que según la concepción de Ramiro Ledesma era el que resurgiría a la nación y le devolvería el esplendor de tiempos pasados. Se entenderá que la Revolución Española está por hacer pese a la llegada de la República y que le corresponderá a hacerla al fascismo. Esta idea de revolución pendiente será uno de los rasgos peculiares del fascismo español, frente a lo que ocurre en Italia y Alemania, en la que tanto los fascistas como los nacionalsocialistas se presentan triunfantes. En España, incluso durante el franquismo por parte de los falangistas que serán antifranquistas, seguirán reclamando esa revolución pendiente.

Desde el punto de vista psicológico y sociológico podemos apreciar en estos movimientos de Tercera Posición una exaltación juvenil frente a la vieja y reaccionaria derecha. Frente al tradicionalismo que se presenta como una reacción conservadora a la Modernidad, estos movimientos deben entenderse como surgidos de ella, revolucionarios, propios de la sociedad de masas y que asumen el concepto de nación moderna aunque rechacen los elementos liberales en la política y adopten una posición parecida al socialismo marxista en la economía, aunque reconociendo la propiedad privada y rechazando la lucha de clases[65]. La exaltación de la violencia llega hasta tal punto que Ramiro Ledesma elogiará a comunistas y anarquistas por el hecho de usar la violencia cuando lo hacen, entendiendo que aunque son enemigos ideológicos, representan al nuevo espíritu de la juventud española, frente a los viejos liberales. Incluso se llegará a pedir en La Conquista del Estado que España reconozca a la URSS y se presenta admiración por el pueblo ruso y su revolución, manteniendo que el estalinismo estaba corrigiendo el error internacionalista para darle un carácter eminentemente nacionalista, en la línea que defiende el fascismo, a la Revolución Rusa.

¡Viva el mundo nuevo del siglo XX! ¡Viva la Italia fascista! ¡Viva la Rusia soviética! ¡Viva la Alemania de Hitler! ¡Viva la España que haremos! ¡Abajo las democracias burguesas y parlamentarias![66]

La principal crítica que se le hace al marxismo es precisamente su carácter internacionalista que niega las esencias nacionales, y su materialismo, puesto que para el ideario tanto de las JONS como de FE le nación española era una realidad espiritual y por lo tanto el marxismo era contrario a la propia existencia de la nación.

FALANGE ESPAÑOLA cree resueltamente en España.

España no es un territorio.

Ni un agregado de hombres y mujeres;

España es, ante todo, una unidad de destino;

Una realidad histórica;

Una entidad, verdadera en sí misma, que supo cumplir –y aún tendrá que cumplir– misiones universales[67].

El fascismo español, como ocurrió también en todos los países donde surgió, por su carácter totalitario se considerará así mismo como única ideología verdaderamente hispana, como una renovación de los principios eternos que forjan la nación, por lo tanto considerará antipatriota a todo aquel que no sea fascista. Pese al carácter antiliberal, lo cierto es que la idea de la nación española que promueve el fascismo será la idea liberal que durante el siglo XIX se ha ido construyendo, pero elevada a su máximo exponente y radicalizándose mucho más. No obstante la idea de nación para el fascismo tiene una diferencia importante con respecto a la idea liberal y es el hecho de que la soberanía nacional no se considera que pertenece a los ciudadanos, sino al espíritu del pueblo español, eterno y que manifiesta en un Estado hispánico fuerte y que controle todos los ámbitos de la vida, máxima expresión de la grandeza de la nación y fuera del cual no hay nada, liderado por un caudillo carismático y con una minoría audaz que tome el poder, rechazando las elecciones y el parlamentarismo.

Aunque en la retórica fascista española se hable de la raza no se hace en el sentido estricto del término sino que se refiere a la raza española, una idea romántica del siglo XIX que conecta con la idea de la Hispanidad entendida por aquellos intelectuales nostálgicos del Imperio Español que aspiraban a una reunificación de las naciones hispanas entorno a España. Esta presentación romántica del Imperio Español se basa sobre todo en la religión católica y por lo tanto presentará la idea imperial española con un sentido universalista. Falange recogió esta idea así como el esencialismo católico del ser español.

Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. 

Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá.

A esas preguntas no se puede contestar con evasivas: hay que contestar con la afirmación o con la negación.

España contestó siempre con la afirmación católica.

La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera, pero es además, históricamente, la española. 

Por su sentido de catolicidad, de universalidad, ganó España al mar y a la barbarie continentes desconocidos. Los ganó para incorporar a quienes los habitaban a una empresa universal de salvación[68].

Este universalismo, por su propia naturaleza, es contrario al nacionalismo, lo cual supone una contradicción en el pensamiento fascista español que no ha terminado nunca de ser resuelta y que provocó que la construcción de la identidad española fuese mucho más difusa que en el caso italiano o alemán, disuelta en esa idea de Hispanidad universal en la que la nación española no es una lengua, ni una raza, ni un territorio. Es una unidad destino en lo universal[69].

Los principales líderes fascistas murieron al comienzo de la Guerra Civil por lo que no sabemos qué deriva habría tomado el pensamiento fascista o si habría podido tomar el poder durante la contienda. Antes de la guerra, incluso en las elecciones de 1936, FE-JONS obtuvo siempre unos resultados testimoniales en los comicios, si bien tenía un gran papel en la agitación social. Esto debe servirnos para situar al fascismo español en su justa medida, como elemento desestabilizador de la República pero en ningún caso como ideología política arraigada antes de la guerra. Tras la muerte de Franco, o aún en sus últimos años, surgieron en España grupos que en cierto modo se pueden considerar herederos de este pensamiento, si bien no se declaran abiertamente fascistas. En todos los casos estos grupos o partidos políticos han tenido siempre el problema de no ser capaces de dar una definición nacional clara y contundente o por lo menos no con la misma profundidad que otros movimientos nacionalistas europeos.

Franquismo y Exilio Republicano

Sobre la naturaleza del régimen franquista hay un amplio debate historiográfico que excede con mucho el propósito de este artículo. Si intentar definir el régimen franquista, hablaremos de la construcción de la identidad nacional que se hace durante esos años y que tiene una incidencia directa en la percepción actual de lo que es la nación española, así como de la evolución de la idea nacional de los derrotados, del exilio republicano. En este sentido consideraremos que la idea nacional construida durante el franquismo es una síntesis del pensamiento tradicionalista, del fascismo y del liberalismo conservador español. Esto se corresponde más o menos con las llamadas familias del régimen, pero además hay que tener en cuenta que Franco es por encima de todo un militar, no tiene una ideología clara más allá de un patriotismo intuitivo y un sentido del orden y del progreso del país, como suele suceder con los regímenes militares; por lo que por un lado bebe de la idea nacional, fundamentalmente liberal, arraigada en el Ejército español en los años 30, del pensamiento católico conservador en el aspecto moral y de la doctrina social falangista en el aspecto económico, tomando también la parafernalia fascista.

De cada una de estas fuerzas el Estado nacido en 1936 cogería determinados aspectos y mantendría la cohesión de todos ellos afianzando el incuestionable liderazgo de Franco y se elabora un discurso nacionalista español que queda muy bien reflejado en las Leyes Fundamentales del régimen. Con el decreto de unificación de Falange Española de las JONS y la Comunión Tradicionalista Carlista se creaba el partido único FET-JONS, siguiendo los modelos fascistas, y se establecían los 27 puntos de Falange como principios rectores del Nuevo Estado pero se integraban proyectos muy diferentes entre sí en un solo partido.

La solución que se buscó fue intensificar y poner aún más de manifiesto el esencialismo católico de la nación española, que estaba recogido entre el ideario falangista, pero se rechazó el resto de aspiraciones carlistas, especialmente la de instaurar una Monarquía tradicional ya que si bien formalmente España volvió a ser un Reino, se justificó el hecho de que Franco mantuviera la Jefatura del Estado con que era una Monarquía en periodo de caudillaje y en todo caso, cuando se restauró, no se restauró al pretendientes carlista sino al nieto de Alfonso XIII[70]. La cuestión foral también fue barrida y el franquismo implantó una visión totalmente castellanista de España, similar a la visión del liberalismo conservador español.

A pesar de esto, de que se podría decir que los carlistas fueron “vencidos dentro de los vencedores” porque tras la Guerra Civil el carlismo que había sido una fuerza viva desde el siglo XIX prácticamente desapareció; el integrismo católico propio del carlismo fue uno de los elementos fundamentales del régimen, especialmente tras 1945 con la caída del III Reich y de la Italia fascista, cuando el franquismo se identificó con la Iglesia Católica y acentuó por encima de cualquier otra cosa el carácter católico del Estado español.

Pese a ello, es evidente que el franquismo tuvo muchos elementos fascistas, a parte de los himnos, los uniformes y la parafernalia que toma de Falange. El más claro de esos elementos fue el carácter caudillista de Franco como Jefe incuestionable, como salvador de la Patria y enviado de la Providencia, adoptando el título de Caudillo de manera similar a la que Mussolini adoptó el de Duce o Hitler el de Fhürer, en todos los casos un guía, un conductor del pueblo[71]. A pesar de eso, Franco se presenta como un cruzado victorioso en la Guerra Civil y entrega su espada tras la victoria, entra bajo palio en las iglesias y reviste todas las celebraciones religiosas católicas de un carácter nacionalista evidente[72] presentando que por encima de todo, la guerra ha sido por Dios[73] y por salvar a España del comunismo, cuyo principal estigma, es el de ser una ideología atea. Esta difusa doctrina será lo que se conoce como nacionalcatolicismo.

Por su parte los republicanos elaborarán una idea de España idílica y mitificada desde el exilio. La idea de los republicanos era regresar a España en un corto periodo de tiempo, pues se entendía que las potencias aliadas derribarían a Franco y se restablecería la Segunda República, o bien que se llegaría a algún tipo de acuerdo con los monárquicos liberales y se establecería una Monarquía parlamentaria con Juan de Borbón pero, en todo caso, que habría un régimen de libertades en España. No obstante esto no fue así, por lo que los exiliados españoles tuvieron que permanecer en esa España fuera de España que era el exilio hasta la muerte del dictador. En México los colegios españoles seguían izando la bandera tricolor y cantando el Himno de Riego y los niños del exilio crecieron idealizando a España como una tierra prometida y a la propia República. Esto provocó posteriormente un desencanto cuando regresaron ya que la España de 1975 no se parecía en nada a la España de 1939. Así como en algunos sectores ultraderechistas existe nostalgia por el franquismo, esta nostalgia sobre la II República, idealizada durante el exilio, ha marcado profundamente a buena parte de la izquierda española.

Una de las consecuencias de compartir exilio con los nacionalistas vascos y catalanes es que la idea de nación española entre socialistas y comunistas poco a poco se fue adaptando para intentar integrar a los nacionalistas en ella. Esto provocó una deriva federalista en el PSOE y el PCE que antes no había existido pero mientras que para los socialistas y comunistas el federalismo era la máxima concesión posible, para muchos nacionalistas era visto como un punto de partida para obtener la independencia. Por otro lado los movimientos independentistas en el Tercer Mundo a partir de los años 60 en África o los movimientos guerrilleros de inspiración marxista en Sudamérica tras la Revolución Cubana influyeron notablemente en la aparición de un independentismo marxista en Cataluña y sobre todo en el País Vasco[74] que no había existido anteriormente.

Estas fuerzas, bajo el paraguas del antifranquismo, acercaron posturas con la izquierda española que empezó a plantear la idea de una república federal ajena completamente a sus planteamientos en los años 30. El resultado ha sido una disolución de la idea nacional en buena parte de la izquierda española, identificando a la nación española con la construcción que el franquismo hizo de ella. Debido a esto, las fuerzas nacionalistas catalanas y vascas han sabido revestirse a sí mismas de demócratas y estigmatizar al nacionalismo español como intrínsecamente fascista. Este fenómeno hace de España un caso particular, pues se concibe como progresista el separatismo frente a lo que sucede en el resto de Europa, donde cuando existe un nacionalismo étnico en alguna región es normalmente tachado de extrema derecha.

Patriotismo Constitucional

La idea del patriotismo constitucional fue adoptada por Adolf Sternberger en 1979 como una respuesta a la necesidad de dar un contenido democrático a la identidad alemana que había quedado contaminada por el nacionalsocialismo[75]. Esta noción se incluye dentro de las teorías del post-nacionalismo que han influido en el desarrollo de la idea de ciudadanía europea[76]. Por motivos similares, el Partido Popular y en general las fuerzas de centroderecha adoptaron esta idea con respecto a España para tratar de desligar la identidad española de la influencia franquista y al mismo tiempo para tratar de contraponer el patriotismo constitucional a los nacionalistas periféricos, presentando el primero como democrático y europeísta frente a los separatismos racistas y totalitarios[77]. De esta manera se pretendía invertir la aureola democrática que tenían el nacionalismo vasco y catalán por ser antifranquistas, frente al carácter fascista que estos atribuían al nacionalismo español. El resultado ha sido un continuo cruce de acusaciones entre ambos nacionalismos, tildando al otro de totalitario y asumiendo que el propio no lo es.

A la muerte de Franco las diferentes opciones políticas tendrán que reconstruir su visión de España y si bien por parte de la derecha el principal problema era alejar esa visión de la visión franquista y tratar de desvincularse en cierta medida del régimen anterior, por parte de la izquierda la principal dificultad radicaba en elaborar una identidad nacional que no se asociara al franquismo en sus principales mitos y figuras retóricas, por el rechazo en sus bases que esto tenía. El resultado de aquello fue, a mi parecer, que la izquierda española no fue capaz de elaborar un relato nacional que se ajustase a sus posturas y que la derecha española acabó acomplejándose y reduciendo su idea de España a un chovinismo intuitivo sin ninguna profundidad ideológica.

La educación pública, factor fundamental de nacionalización por parte de los Estados, quedó en manos de las Comunidades Autónomas y eso permitió el desarrollo de 17 relatos nacionales, transmitidos mediante la escuela pública y también mediante los medios de comunicación[78]. La reacción españolista, sin embargo, se ha limitado en plantear una “vuelta atrás”, en recuperar la educación para el Estado central y de esa manera evitar el adoctrinamiento de los gobiernos autonómicos. Ante eso los nacionalistas argumentan en buena lógica que si la educación está en manos del Estado central será este quien adoctrine. La lucha ideológica entre el PP y el PSOE respecto al modelo educativo, además, ha impedido que exista un consenso nacional al respecto y el resultado ha sido una sucesión de leyes educativas que no han llegado a implementarse completamente.

Otro de los problemas añadidos a la hora de consolidar la identidad nacional es el hecho de que la Transición, más que construirse sobre el consenso, se construyó sobre la amnesia. Todos los mitos de la Transición han sido elaborados posteriormente precisamente por la necesidad de revestir al régimen actual de un consenso fundacional que tienen todos los Estados. Si la República Federal Alemana encuentra ese mito fundacional en la Reunificación de 1990, la República Italiana en el antifascismo, la República Francesa en la Revolución de 1789 de la que se siente heredera… el Estado español trata de encontrar ese mito en el consenso del 78. Sin embargo esto fue realmente un pacto de olvido que no ha sabido gestionarse y ha provocado que las tensiones del pasado vuelvan a aparecer desde que se aprobó la Ley de Memoria Histórica en 2007[79].

Como la derecha española adoptó la idea del patriotismo constitucional, la izquierda, especialmente la extrema izquierda, así como los nacionalistas vascos y catalanes atacaron el mito de la Transición como arma política para desgastar al gobierno de José María Aznar. La irrupción de Podemos hizo que por primera vez se hablase del régimen del 78 con una connotación peyorativa y esto, sumado a los escándalos de la Familia Real, supuso un desgaste para la Monarquía, concebida como pilar fundamental de la Constitución de 1978. Se desmentía el mito de la inmaculada Transición, señalando que esta partía del pecado original del franquismo; especialmente la institución monárquica, por ser previa a la Constitución. Este desprestigio de la Constitución de 1978 respondía a la estrategia de Podemos de llevar a cabo un nuevo proceso constituyente y además coincidió en el tiempo con el procés catalán, por lo que también se utilizó para restarle legitimidad a la Constitución y al Estado español mismo y justificar así el desacato a las sentencias judiciales y posteriormente la declaración unilateral de independencia.

En todo caso, ese patriotismo constitucional no puede sino basarse en la idea de la nación española que se recoge en la Constitución de 1978. En la Constitución actual, como en la mayoría de constituciones, no se define específicamente a la nación española, sino que considera implícita su existencia. La Constitución establece que la soberanía nacional reside en el pueblo español, por lo que se entiende que reside en la nación en su conjunto y este es el argumento que esgrime el patriotismo constitucional frente a los separatistas que, al querer la independencia de una parte de la nación, irían contra el orden constitucional y por lo tanto contra la democracia. Esto se ve claramente reflejado en el Artículo 2.

La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas[80].

Esta ambigüedad entre la Nación española y las nacionalidades y regiones, sin especificar cuáles son las nacionalidades y cuáles las regiones, fue una solución de compromiso para no atajar el problema pero en su momento, tanto los nacionalistas catalanes y vascos como los nacionalistas españoles, entendieron nacionalidad como sinónimo de nación, provocando la oposición de los segundos. Se cometió a mi juicio la imprudencia de pretender definir jurídicamente algo tan etéreo como lo que es una nación, dando pie a múltiples disputas posteriores. Sin embargo la redacción de ese artículo tal y como se hizo fue fruto de las presiones de la época.

Por lo demás la Constitución de 1978 es bastante técnica y poco dogmática. Consolida el Estado social y democrático de Derecho[81] en todos sus aspectos pero no aporta nada especial sobre la idea de nación. En sus aspectos tradicionales, referente al carácter esencialmente católico, la Constitución de 1978 es junto con la de 1931 la única que reconoce al catolicismo como religión oficial del Estado y, aunque nombra específicamente a la Iglesia Católica y asume implícitamente que la religión católica es la mayoritaria, desliga completamente este hecho del ser o no ser español.

Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones[82].

El otro de los aspectos tradicionales del nacionalismo español, el hecho de que la nación española es esencialmente monárquica, en la Constitución de 1978 no aparece tan explícitamente, de hecho la Monarquía es casi un tabú, se suele hacer referencia al Estado en lugar de al Reino, como en otras Constituciones monárquicas y además es la Constitución donde menos poder efectivo tiene el Rey de todas las Constituciones monárquicas que ha tenido España. Pese a ello también hay una legitimación de la Monarquía como garante de la unidad nacional, aunque se habla de unidad del Estado en lugar de unidad de la Nación y del propio Rey como garante de las libertades públicas, en la línea de otras Monarquías parlamentarias.

El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones del Estado, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes[83].

Otro aspecto del nacionalismo español que sí es corregido en la Constitución de 1978 es el tradicional castellanismo. Cuando se habla del idioma se le llama lenguas españolas a las lenguas diferentes del castellano y se las equipara con este, a diferencia de la Constitución de 1931 que las consideraba como lenguas regionales y en un estatus inferior a la lengua oficial de la República. Sin embargo se sigue considerando al castellano como lengua oficial del Estado, teniendo el resto el carácter de cooficial en sus Comunidades Autónomas, lo cual, debido al uso político que se ha hecho de las lenguas, ha supuesto toda clase de conflictos en lo referente a la política lingüística. Conviene recordar que hasta 1931 ninguna Constitución habló de lengua oficial y que en muchos países del mundo, con diversas lenguas, la Carta Magna no establece ninguna como oficial.

En resumen podemos decir que el patriotismo constitucional trata de presentar un relato identitario español basado esencialmente en la Constitución de 1978, lo cual reduce la nacionalidad española básicamente a una concepción jurídica, la de ser ciudadano español, desposeyéndola de cualquier otra consideración. Desde este punto de vista no se presenta un debate ideológico frente a otros nacionalismos, sencillamente se alude a que la independencia de una Comunidad Autónoma es ilegal. Si se asocia el patriotismo español con la Constitución, se asocia también ilegal como sinónimo de antipatriótico[84], lo que reduce al final todo a un mero debate jurídico. Con esto se pretende conectar esta noción patriótica con el federalismo europeo, mientras que los nacionalistas separatistas pretenden ser asociados al euroescepticismo[85] de los movimientos nacionalistas del continente.

banderas de europa y españa

Otras Naciones

El desarrollo histórico y los fundamentos del nacionalismo vasco, catalán, gallego o de otras regiones exceden el propósito de este artículo. Sin embargo es necesario explicar someramente al menos el porqué de la aparición de nacionalismos alternativos al español y por qué en esas regiones y no en otras. Desde mi punto de vista esto se debe en primer lugar a la dificultad del Estado español liberal por españolizar a la población del mismo modo que lo hizo, por ejemplo, el Estado francés. En aquellas regiones donde el liberalismo era más fuerte, como Andalucía, la idea nacional española está plenamente arraigada. En cambio, en regiones más tradicionales, donde el carlismo tenía una fuerza importante, la idea de Estado-nación liberal, tal como se planteó, nunca ha terminado de asentarse. Este descontento hacia el Estado se ha plasmado de diversas maneras a lo largo del tiempo: primero el carlismo, luego un enfrentamiento entre el liberalismo progresista y proteccionista en Cataluña frente al conservador y librecambista en Madrid, después mediante los movimientos obreros como el anarquismo y el socialismo y finalmente mediante el nacionalismo.

La naturaleza del nacionalismo vasco y del catalán es muy diferente. El primero es fundamentalmente étnico, frente al segundo, que encajaría en la visión del nacionalismo cívico. Las causas de su aparición y sus planteamientos ideológicos también son distintas, aunque se influyan mutuamente a lo largo del tiempo. Todo esto, como digo, debería ser objeto de otro estudio. Mientras que el catalanismo es un movimiento fundamentalmente cultural, siendo el nacionalismo catalán su expresión política y no siendo, hasta fechas muy recientes, abiertamente independentista sino más bien partidario de un pactismo con el Estado; el nacionalismo vasco nació desde el principio como un movimiento abiertamente antiespañol.

El nacionalismo catalán formó parte del pacto constitucional de 1978 y ha sido uno de los pilares fundamentales del Estado español desde ese momento hasta la crisis iniciada con el procés, favoreciendo la gobernabilidad del Estado y pactando tanto con el PSOE como con el PP[86]. En cambio el nacionalismo vasco siempre ha mantenido mayores distancias, llamando incluso el PNV a la abstención en el referéndum de 1978 y no integrándose completamente hasta el Estatuto de Gernika. Además, mientras que en Cataluña era la derecha la que tenía la hegemonía nacionalista, no exigiendo movimientos radicales hasta la irrupción de las CUP, en el País Vasco la izquierda abertzale fue desde la Transición un factor de desestabilización social cuya muestra más evidente fue la acción terrorista vinculada a ella.

independentistas vascos y catalanes

Conclusión

Antes del siglo XVIII la concepción identitaria en España está vinculada a la idea de Patria Hispana que podemos encontrar desde época visigoda y con el catolicismo como razón de ser del Estado español, con la Monarquía Católica. Sin embargo el concepto liberal, cuyo origen está en la Ilustración y el racionalismo francés, de Nación española se añade a la tradición hispana durante el reformismo borbónico y se desarrolla en el siglo XIX. La construcción del Estado liberal en el siglo XIX desarrollará la idea de Nación española pero esta tendrá problemas en implantarse, especialmente en algunos territorios. Además existen dos visiones distintas sobre la misma, la moderada o conservadora y la progresista.

Por otro lado no existe un pensamiento marxista genuinamente español que elabore una concepción de la Nación española dentro de la perspectiva marxista de nación proletaria opuesta a la nación burguesa liberal, por lo que esta idea nacional, desarrollada tímidamente por el socialismo y el comunismo español, presentará problemas y tras la Guerra Civil acabará provocando en cierta medida una pérdida de la idea nacional por parte de la izquierda. Por su parte, el fascismo presentará a España como una unidad de destino en lo universal, recogiendo una idea romántica sobre la Hispanidad procedente de la nostalgia del Imperio Español. Esto supuso una contradicción difícil de resolver puesto que el universalismo es, por definición, opuesto al nacionalismo y es difícil articular un movimiento ultranacionalista cuando la idea básica de lo que es la nación parte de supuestos universalistas.

Por su parte Franco elaboró una idea de la nación española que bebe del tradicionalismo católico, el liberalismo conservador y el fascismo. Dicha concepción de España no fue suficientemente contrarrestada por el exilio republicano debido a la propia crisis identitaria de la izquierda al no ser capaz de elaborar un discurso nacional desde la óptica marxista y a verse obligada a acercar posturas con el nacionalismo catalán y vasco dentro el paraguas del antifranquismo. Esta peculiaridad hizo que los nacionalismos catalán y vasco se revistieran como democráticos frente al nacionalismo español, que fue asociado al fascismo.

Tras la aprobación de la Constitución de 1978, la derecha española ha desarrollado una suerte de patriotismo constitucional que se limita a identificar la nación española con la Constitución y a contraponerla a los nacionalismos periféricos, a los que se tacha de antidemocráticos por ser anticonstitucionales. Este patriotismo constitucional está en la línea del federalismo europeo y pretende invertir el estigma de totalitario que sobre el nacionalismo español habían vertido los nacionalismos catalán y vasco, presentando a aquellos, sobre todo al vasco en primera instancia, como totalitarios y antidemocráticos.

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  • Constitución Española non nata de 1856
  • Constitución Española de 1869
  • Proyecto de Constitución Federal de la República Española de 1873
  • Constitución Española de 1876
  • Constitución Española de 1931
  • Constitución Española de 1978
  • Proyecto de Constitución Europea de 2004
  • Constitución de los Estados Unidos de América, 1787.
  • Nueve Puntos Iniciales de Falange Española
  • Veintisiete Puntos de Falange Española
  • Decreto de Unificación de Falange Española Tradicionalista y de las JONS
  • Fuero del Trabajo (1938)
  • Ley Constitutiva de las Cortes (1942)
  • Fuero de los Españoles (1945)
  • Ley de Referéndum Nacional (1945)
  • Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947)
  • Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958)
  • Ley Orgánica del Estado (1967)
  • Ley para la Reforma Política (1976)

Notas

[1] Anderson, Benedict. Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. 1991.

[2] Si bien el Estatuto de Bayona de 1808 ya hace referencia a la Nación española.

[3] Muchos entienden a la nación como “una tribu más grande”, pero lo cierto es que los vínculos tribales entre los individuos son mucho más concretos que los nacionales.

[4] Incluso actualmente hablar de nación en el mundo árabe o en África, por ejemplo, es bastante problemático; pues la concepción étnico-tribal y religiosa es mucho más importante en la mayoría de los países de ese ámbito.

[5] ROUSSEAU, J. El contrato social: o los principios del derecho político. 1762.

[6] Es importante esta idea, porque parte de la Nación como un todo indivisible y cuya voluntad está por encima de la voluntad de los individuos que la componen.

[7] HERDER, J.G. Ideas para una Filosofía de la Historia de la Humanidad. 1784-1791. Visto en ARTOLA, M. Textos Fundamentales para la Historia. Madrid, 1982.

[8] FITCHE, J.G. Discursos a la nación alemana. Visto en ARTOLA, M. Textos Fundamentales para la Historia. Madrid, 1982.

[9] LEERSSEN, Joep. National Thought in Europe. Amsterdam University Press, 2006

[10] SMITH, A. Nations and Nationalism in a Global Era. Cambridge, 1995.

[11] Anderson, Benedict. Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. 1991.

[12] BILLIG, M. Banal Nationalism. Londres, 1995.

[13] MCELROY, Wendy. Anarquismo: Dos clases. Mises Institute (traducción hecha por el Independent Institute). 1999.

[14] LEMIEUX, Pierre. La soberanía del individuo. 2000.

[15] La teoría del tiranicidio del padre Juan de Mariana inspiró en buena medida la Revolución Americana y la independencia de Estados Unidos.

[16] Este es el motivo de las continuas disputas en nuestros días entre el gobierno central y los autonómicos por controlar la educación.

[17] Menéndez Pelayo, M. Historia de los heterodoxos españoles, volumen 2.Madrid, 1956

[18] Esta idea la recuperará el franquismo cuando pretende instaurar una monarquía tradicional con la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado de 1947.

[19] Esto casa mucho con las ideas románticas frente a la Revolución Industrial y también con la concepción de la Alta Edad Media en la que se veía a la ciudad como fuente de vicio y pecado frente al campo.

[20] Constitución Española, 1812. Artículo 12.

[21] Como sucedió en Francia, donde la idea jacobina de la nación se impuso al federalismo girondino.

[22] El liberalismo español siempre se entendió como una restauración de las libertades medievales, estableciendo una visión romántica de la Edad Media en contraposición al rechazo que esta suscitó en Francia, que baso su revolución en vencer al oscurantismo medieval de la monarquía mediante el republicanismo ilustrado y racional basado en la Antigüedad Clásica.

[23] VARIOS AUTORES. Historiografía y Nacionalismo Español (1834-1868). 1985

[24] Constitución Española, 1856 (non nata).

[25] La idea medieval del pacto entre el rey, ungido por Dios, y el reino, representado por las Cortes.

[26] El pensamiento doctrinario ha sido muy relevante en la derecha liberal española, destacando figuras como Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano o Cánovas del Castillo defendiendo esta tesis.

[27] Hay que tener en cuenta que cuando se habla del pueblo en este contexto, no se refiere al conjunto de la población, ya que aunque todos sean ciudadanos, sólo aquellos aptos debían ejercer la soberanía activa, siendo ese cuerpo reducido el pueblo y el resto el populacho.

[28] Constitución Española, 1856 (non nata). Artículo 1.

[29] VARIOS AUTORES. Historiografía y Nacionalismo Español (1834-1868). 1985

[30] Para muchos este enfrentamiento económico entre Madrid y Barcelona sería una de las causas para la aparición del nacionalismo catalán.

[31] Uno de los objetivos del Estado liberal será el tener la hegemonía cultural y social para homogeneizar a la población, siendo la Iglesia una institución que actuaba de freno y contrapeso a este propósito, de ahí el enfrentamiento.

[32] Constitución Española, 1869.

[33] La tolerancia religiosa es uno de los rasgos de la masonería, muy presente desde siempre en el liberalismo progresista español.

[34] Constitución Española, 1931.

[35] Estas polémicas medidas, muy criticadas en su momento ya que la I República nunca modificó la bandera, son una de las causas por las que los símbolos nacionales en España tienen un carácter problemático en la actualidad y no terminan de ser aceptados por buena parte de la izquierda.

[36] Constitución Española, 1931.

[37] Este principio es el mismo que impera en el ordenamiento jurídico español actual, pues fue rescatado en 1978 cuando se elaboró nuestra Constitución actual.

[38] Por eso se define a esta como un Estado integral.

[39] Constitución Española, 1931. Artículo 13.

[40] Las Voces de la Democracia. Así hablan los grandes políticos. Biblioteca El Mundo, 2008.

[41] Hasta el punto de excluir de la Presidencia de la República a los religiosos profesos, como se detalla en el Artículo 70.

[42] La República expulsó a la Compañía de Jesús aludiendo a que con el voto de obediencia al Papa estaban al servicio de una potencia extranjera.

[43] Si bien el carlismo nunca se planteó la idea de si la Nación española era soberana o si había varias naciones, ya que para la concepción carlista la soberanía procede de Dios y es irrelevante esta discursión.

[44] En este sentido se aprecia la influencia del anarquismo en las ideas federalistas de Pi i Margall.

[45] JOVER ZAMORA, JM. La Imagen de la Primera República en la España de la Restauración. 1982.

[46] Proyecto de Constitución Española, 1873. Artículo 40.

[47] El primer antecedente socialista de la Edad Contemporánea es la llamada Conspiración de los Iguales encabezada por François Babeuf en 1796, que pretendía derrocar al Directorio e instaurar la igualdad perfecta.

[48] Proyecto de Constitución Española, 1873. Artículo 99.

[49] Constitución de los Estados Unidos de América, 1787.

[50] LENIN, V.I. El Estado y la Revolución. 1917.

[51] LENIN, V.I. El Estado y la Revolución. 1917.

[52] STALIN, J. El marxismo y la cuestión nacional. Viena, 1913. Visto en https://www.marxists.org/espanol/stalin/1910s/vie1913.htm#topp [Última Consulta el 08/11/18]

[53] MARX, Karl. El Manifiesto del Partido Comunista. 1848.

[54] MARX, Karl. El Manifiesto del Partido Comunista. 1848.

[55] MARX, Karl. El Manifiesto del Partido Comunista. 1848.

[56] ARMESILLA CONDE, S. El Marxismo y la Cuestión Nacional Española. 2017.

[57] TAIBO, Carlos (Dir.). Nacionalismo español. Esencias, memorias e instituciones. Madrid, 2007.

[58] En su momento ellos se dieron a sí mismos el nombre de “Movimientos de Tercera Posición” frente a la izquierda y la derecha, categoría que aún siguen usando otros movimientos en cierto modo herederos de aquellos, pero es una categoría imprecisa puesto que también han sido consideradas tercerposicionistas a lo largo de la historia otras ideologías que nada tienen que ver con el fascismo, al menos no directamente, como la socialdemocracia.

[59] Esto será así hasta el punto de que Falange Española cogerá los colores rojo y negro de la CNT como “colores sindicales” y entenderá la camisa azul como “el mono de trabajo hecho camisa”.

[60] Se considera el Estado sindical como un Estado de todos superando la lucha de clases, a diferencia del Estado liberal, que se considera un Estado al servicio de la clase burguesa, y del Estado socialista, al servicio de la clase obrera.

[61] Aquí se aprecia una influencia del nacionalsocialismo y de la idea de Estado germánico presente en el Mein Kampf.

[62] La Conquista del Estado. 18 de abril de 1931. Visto en http://www.filosofia.org/hem/193/lce/lce061a.htm [Última Consulta: 08/11/18]

[63] LEDESMA RAMOS, Ramiro. La Conquista del Estado. 1931.

[64] HITLER, A. Mi Lucha. Múnich, 1925.

[65] Mussolini procedía del PSI y a grandes rasgos la política económica fascista será una suerte de dirigismo más o menos inspirado en la concepción socialdemócrata de la época. Lo mismo sucederá con el nacionalsocialismo alemán, que rechaza el internacionalismo del SDP pero no la idea socialista, la cual integra en su ideario. En España no habrá gran diferencia entre la doctrina social de Falange y los planteamientos económicos del PSOE.

[66] La Conquista del Estado. 4 de junio de 1931. Visto en PAYNE, Stanley G. Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español. Editorial Planeta, 1997.

[67] Puntos Iniciales de Falange Española. 1933. Visto en http://www.filosofia.org/his/h1933a1.htm [Última Consulta: 08/11/18]

[68] Puntos Iniciales de Falange Española. 1933. Visto en http://www.filosofia.org/his/h1933a1.htm [Última Consulta: 08/11/18]

[69] José Antonio Primo de Rivera. Discurso en las Cortes en 1934 referente a la posible secesión de Cataluña.

[70] Estrictamente hablando Franco no restauró la Monarquía Alfonsina, sino que instauró una de nuevo cuño, nacida del Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936. Se podría entender que se evolucionó de una Jefatura hacia una Monarquía cuando esta se institucionaliza, siendo Franco el primer monarca, que no fue un rey sino un caudillo.

[71] La teoría alemana del führerprinzip o “principio de autoridad” fue adaptado a España con la idea de caudillaje de Franco pero realmente hunde sus raíces en el caudillismo tradicional de la política no sólo española sino presente también en los países hispanos.

[72] Este carácter nacional-católico se puede apreciar por ejemplo en la interpretación del himno nacional a los pasos de Semana Santa o la exhibición de banderas en los balcones en las procesiones.

[73] Los muertos en el bando nacional eran caídos por Dios y por España.

[74] En el caso vasco, la aparición de ETA está directamente relacionada con la teoría del foco planteada por Ernesto “Che” Guevara.

[75] VELASCO, Juan Carlos. Patriotismo constitucional y republicanismo. 2002. Visto en Claves de razón práctica, nº 125, 33-40.

[76] Lacroix, Justine. For a European constitutional patriotism. 2002.

[77] Esto se hizo especialmente en el caso del nacionalismo vasco, identificándolo con ETA y con las tesis racistas de Sabino Arana.

[78] Esto resulta evidente en las Comunidades Autónomas que han tenido gobiernos nacionalistas, pero es una tendencia general en toda España.

[79] En todos los países que han tenido dictaduras en algún momento se impulsan políticas similares, pero en el caso de España se hizo sin ningún consenso provocando una gran crispación social.

[80] Constitución Española, 1978. Artículo 2.

[81] La definición de Estado social y democrático era una manera de decir socialdemócrata sin hacer alusión directa a esta ideología y sustituía el concepto franquista de Estado social, católico y representativo presente en la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado. La pretensión era establecer un Estado del bienestar homologable a los Estados europeos surgidos tras la II Guerra Mundial en lo que se ha venido en llamar el consenso socialdemócrata.

[82] Constitución Española, 1978. Artículo 16.3.

[83] Constitución Española, 1978. Artículo 56.1.

[84] Esto es aplicable a la cuestión nacional pero también al hecho de que se estigmatice la evasión fiscal como antipatriótica, discurso que la izquierda sí ha adoptado.

[85] Se habla de euroescépticos o incluso eurófobos a los que rechazan la Unión Europea, a pesar de que no suelen rechazar la idea misma de Europa sino más bien al contrario.

[86] MARTINEZ, Antonio. Cataluña y España. Afectos y Desafectos. 2010.

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